Nada sabemos de la presencia de la mujer prerromana en el campo del comercio o la producción a escala extrafamiliar. Muchas mujeres, sin embargo, debieron trabajar haciendo saga y otras manufacturas textiles que la administración romana exigía a las ciudades indígenas como tributo de guerra. Solamente las fuentes escritas, epigráficas fundamentalmente, nos informan de la auténtica dimensión de lo que entendemos por mujer emprendedora o dedicada a los negocios.
Quizás el oficio de mujer mejor representado en la Hispania romana sea el de productora o comercializadora de vino o de aceite, productos procedentes de los olivares de determinados fundos familiares, que a veces las mujeres heredaban. Como es sabido, el vino y el aceite hispanos tuvieron mucha demanda en el Mediterráneo. Lo más interesante es que si no hubiera existido un control estatal de este comercio, a través de un organismo centralizado como era la annona nada de todo lo que vamos a exponer hubiera llegado hasta nosotros. Sobre la superficie de esos contenedores de aceite y de vino se ponían marcas concretas destinadas a dar crédito del control estatal: los tituli picti; también iban provistos de un sello impreso en una de las asas, marca que garantizaba el producto con un nombre de origen. Estas ánforas aparecen sistemáticamente en el monte Testaccio de Roma y en otros lugares. Fueron muchas las familias béticas dedicadas a la producción y exportación de aceite que dejaron sus nombres en los sellos y en los tituli alfa.
Aunque numéricamente comprobamos que se trata de trabajos masculinos, conocemos algunos nombres de mujeres relacionados con este comercio y que aparecen sobre la superficie de las ánforas. El problema es determinar hasta qué punto la actividad de las mujeres responde a la realidad, o bien si fueron utilizadas por sus padres, maridos o hermanos para poner estos negocios a su nombre con el fin de no manchar la propia reputación con actividades que no eran bien vistas entre las clases altas, deseosas de dedicarse a la política. Los nombres de las mujeres implicadas se diseminaron por toda Europa.
Maña Q. F. Postumita, por ejemplo, figura en la zona beta de dos ánforas del Testaccio. En ocasiones, como en el caso de Coelia Mascellina y de su madre, eran mujeres que pertenecían a familias procedentes de la Bética; en este caso vivían en la propia Roma con su padre y marido Cn. Coelius Masculus,y desde allí dirigían (al menos nominalmente, y seguramente a través de un encargado de confianza) el incesante transporte del producto desde las fincas que tenían los Coelii en el valle del Guadalquivir, de donde eran originarios. De esta familia tenemos la suerte de conservar una inscripción funeraria, dedicada al padre y a la madre por parte de su hija y heredera. Algunos tituli nos ofrecen un nombre femenino y otro masculino en el titulus beta. Algunos nombres femeninos de comerciantes de aceite bético se han encontrado en áreas muy alejadas de Hispania, como Britania: Iul(iae) Teren(tianae).
En ocasiones se ha incluido a algunas mujeres, que conocemos por sus inscripciones funerarias, entre las comerciantes o propietarias del aceite bético. Por su nombre podrían pertenecer, efectivamente, a familias relacionadas con este negocio, pero ello no justifica que se las incluya como involucradas personalmente en dicha actividad, pues lo más verosímil es que fuera ejercida por sus padres, maridos, hijos o hermanos. Tal es el caso de Aemilia Artemisa; Aelia Optata Aponia Montana, Caecilia Materna, Caecilia Philete y Caecilia Trophime.
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