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sábado, 16 de enero de 2021

La conquista romana de la Península- Capítulo 7 y último


La obra de César 

Es tradicional considerar las fases del asentamiento romano en la Península en dos periodos diferenciados: el anterior y el posterior a César, porque su política en Hispania marca un profundo avance en la incorporación de la Península a la romanización. Sus medidas tuvieron como fin más inmediato el total sometimiento de la provincia Ulterior, con una serie de disposiciones favorables para quienes fueron leales, con la consiguiente represión y castigo a sus enemigos vencidos. Concesiones de ciudadanía, fundaciones coloniales, reformas y repartos agrarios, medidas fiscales y administrativas contribuyeron a conseguir cambios sustanciales y al desarrollo de la organización municipal. 

Concedió asignaciones de tierras a sus veteranos y a elementos procedentes del proletariado romano urbano, permanente foco de conflictos en Roma. El  resultado fueron unos asentamientos, donde romano-itálicos se mezclaron con las promociones de gentes autóctonas. Con ello no sólo se lograba crear una considerable infraestructura administrativa y urbana, necesaria para su organización y control, sino que contribuía a expandir entre los indígenas la cultura y los modos de vida romanos, sin olvidar que, a la vez, creaba para sí las relaciones cliente-patrono que aseguraban su poder político en la Península . 

Algunos de los centros son colonias de nueva creación:  Scallabis (Santarem),  Hispalis, (Sevilla),  Urso (Osuna),  Hasta Regia (en Jerez de la Frontera),  Ucubi (Espejo),  Itucci (En Baena). 

La colonización, en su estricto sentido no alcanzó su importancia y extensión hasta que César sentó las bases para su desarrollo en el Imperio. Otros núcleos urbanos adquirieron el rango de colonia como Metellinum, fundada por Cecilio Metello,  Carthago Nova,  Tarraco y Celsa (Velilla del Ebro). Se  trataba de donación de tierras, ventajas fiscales y sobre todo, jurídicas, como las ciudadanías latina y romana. 

Si  no por su originalidad, la obra de César supera la de sus antecesores por su mayor apertura y,  sobre todo, por la genialidad de su visión política. Es muy posible que Julio César utilizara los modelos ya iniciados por Pompeyo, e incluso anteriormente por Sertorio, en su política de capta ción del elemento indígena para su causa, ofreciendo a cambio unos beneficios para cuyo disfrute exigía necesariamente la adaptación e integración en el “mundo romano”. Su  obra podía definirse como uno de los pasos más decisivos hacia la consolidación del asentamiento social y administrativo romano.

Pilar Fernández Uriel 

martes, 12 de enero de 2021

La conquista Romana de la Península - Capítulo 6


La guerra civil en Hispania entre César y Pompeyo (49-44 a. C.)
A partir de la segunda mitad del siglo I a. C., los acontecimientos que se suceden en la península fueron ya un fiel reflejo de las tensiones y eventos de la política romana. La Península estaba preparada para jugar su papel en este periodo histórico. Son nuestras principales fuentes Apiano, Plutarco, Dion Casio y Livio. 

Pompeyo supo aprovechar su éxito en la guerra sertoriana. No  sólo sometió a los rebeldes a Roma, sino que consiguió reforzar en la península el poder personal, político y militar que ya había alcanzado en Sicilia, África, y Galia.  Tal vez, Pompeyo aprendió la lección de Sertorio y utilizó la fidelidad de los indígenas hispanos. Concedió la ciudadanía romana a personas influyentes de su nobleza, atrayéndoles a su causa, como la poderosa familia de los Balbos en  Gades. Las concesiones de ciudadanía de Pompeyo fueron sancionadas por la “Lex Gellia –Cornelia”. Premió la lealtad de todas las tribus de Celtiberia que fueron recompensadas con repartos de tierras, que vieron ampliados notablemente sus territorios, contando con la protección política y militar de Roma, gracias al patrocinio de Pompeyo que lograba así aumentar considerablemente su clientela en la Península. Esta relación entre patrono y cliente obligaba al apoyo  político y militar de los indígenas a Pompeyo, quien a su vez, se comprometía a defender su causa en la propia metrópoli. 

Cuando en la primavera del año 71, marchaba a Roma , levantó un trofeo con su estatua en el paso pirenaico de Perthus, como símbolo del gran poder que dejaba en ella, tanto militar, contando con 7 legiones, como de prestigio personal, al disponer de una considerable clientela y partidarios entre la población indígena, como nos narran Salustio y Dion Casio. César, líder de los populares, fue quien tuvo que enfrentarse al enorme poder que había adquirido Pompeyo. 

Las ambiciones de César eran similares a las de Pompeyo.  No  perdió el tiempo y aprovechó su estancia en la Península primero como cuestor en el año 69 y después como gobernador de la provincia Ulterior en el año 61 a. C. Desplegó su actividad y su indudable habilidad política. Utilizó los mismos recursos que su rival en la Península para conseguir los medios necesarios tanto materiales como humanos. Atrajo a su causa a provinciales e indígenas, mediante relaciones de clientela, logradas tras solucionar conflictos internos, establecer medidas fiscales y repartos de tierra a los soldados licenciados. Incluso alcanzó el prestigio del triunfo, (aclamado “imperator” por su ejército), en el año 68 a. C., en una campaña militar, de pacificación en la zona de Lusitania situada entre los ríos  Tajo y Duero, en el extremo noroccidental de la provincia, ya en territorio galaico, tomando la ciudad de  Brigantium (A Coruña). 

Esta victoria supuso la sumisión definitiva de estos pueblos César supo aprovechar el momento difícil que atravesaba Pompeyo en abierto conflicto con el Senado. Ambos, junto con Craso, el hombre más rico de Roma, lograron un acuerdo, en la “Conferencia de Lucca”, en el año 56 a. C., para evitar que las tensiones entre ellos acabasen con este pacto, repartiéndose el dominio sobre las provincias del Imperio (Primer Triunvirato). 

Tres años más tarde, el Senado dictó una ley sobre las magistraturas que perjudicaba directamente a César y le dejaba fuera del juego político. La respuesta de César fue contundente. Fue la península ibérica el centro del conflicto donde cesarianos y pompeyanos tendrían que jugar la baza decisiva para alcanzar el poder. 

La concentración de una gran fuerza militar (7 legiones de Pompeyo y 6 de César) demuestran la magnitud de las operaciones. El  ejército de Pompeyo estaba bajo el mando de sus tres legados: Afranio, Petreyo y  Varrón. 

Pero  el genio militar de César consiguió que Hispania pasara a su esfera política con pocas operaciones militares (Campaña de Ilerda), y en un corto espacio de tiempo, entre el 49 al 47 a. C.  

Vencido Pompeyo, César procedió a la total pacificación con otro tipo de acciones convincentes, ya utilizadas: concesiones de ciudadanía, reducción de cargas fiscales y la devolución de las riquezas confiscadas al famoso templo de Hércules-Melqart en  Gades, donando a esta ciudad el título de  municipium. 

Dejó dos gobernadores: Q. Casio Longino en la Ulterior y M. Lépido en la Citerior. La mala gestión de este último predispuso sin duda a que afloraran de nuevo las tendencias pompeyanas.  

Ya  en el 48, Longino sufrió una dura rebelión sofocada por la oportuna intervención de Lépido. Fue destituido por C.  Trebonio, pero el estallido de la guerra volvía a aparecer, esta vez dirigidos por su hijo mayor Cneo y su hermano Sexto Pompeyo, que encontraron considerables apoyos en la Ulterior. 

Esta segunda parte de la guerra fue más dura y difícil por la envergadura de los ejércitos. Los familiares de Pompeyo lograron reunir 11 legiones, gran parte de ellas compuestas por hispanorromanos. 

Además, la rivalidad entre partidarios de uno y otro bando se extendía incluso dentro de las ciudades. De  nuevo se impuso el genio militar de César, que venció a los pompeyanos en la batalla de  Munda (cerca de Osuna) batalla que, aunque decisiva, no terminó con la resistencia de los pompeyanos.  

Todavía se tardaría un tiempo someter a las ciudades, donde hubo crueles represalias entre los partidarios del partido pompeyano en la Bética (Ulva, Astigi,  Corduba,  Hispalis,  Cart eia,  Gades,  Urso...). 

Cneo Pompeyo murió en los enfrentamientos. Sexto Pompeyo logró refugiarse entre los indígenas celtíberos clientes de su hermano y mantuvo su rebeldía durante un tiempo. La intervención del gobernador de la Citerior, Lépido intentó mantener el orden en Hispania. 

Sólo con la amnistía concedida por el Senado que le permitió volver a la vida política romana, acabó con la actividad de este último pompeyano. El  periodo comprendido entre el asesinato de César (44 a. C.) y la batalla de  Actium, que consolidó en principado de Augusto en el 31 a. C., Hispania estuvo sucesivamente bajo el control de los tres triunviros Lépido, Marco Antonio y Octavio. 

A diferencia del Primer  Triunvirato no se desarrolló en la Península ninguno de los grandes enfrentamientos entre ellos y durante este periodo, sólo los han llegado testimonios referentes a rebeliones y revueltas de lusitanos o acciones de bandidaje por Sierra Morena, sofocadas por Asinio Polión, Domicio Calvino o el propio Lépido. Aunque éstas no debieron tener demasiada importancia, proporcionaron que muchos de los gobernadores celebraran el triunfo en Roma. 

Con la llegada de Augusto al poder como primer emperador de Roma, tuvo lugar otro ciclo de guerras, con el que terminaría la dominación romana en Hispania.

Pilar Fernández Uriel 

viernes, 8 de enero de 2021

La Conquista Romana de la Península-Capítulo 5


La guerra sertoriana (82-72 a. C.) La figura misma de Sertorio ya es polémica. Para unos fue un traidor o, simplemente, un aventurero rebelde en busca de fortuna. Otros autores, sin embargo le retratan con tintes de caudillo y de héroe. Nuestras mejores fuentes son Livio Salustio y Plutarco. 

Los primeros años debieron ser duros y difíciles, como se desprende de sus viajes en busca de ayuda en el norte africano, (Mauritania y Tingis) y las Islas Afortunadas. En  el año 80 regresó a la Península, buscó ayuda en Lusitania pero pronto se instaló en la Hispania Citerior. No tardó en hacerse con el apoyo  indígena, controlando toda esta provincia, excepto algunas ciudades del Levante. 

La obra de Sertorio quedó plasmada en la estabilización de un centro en  Osca (Huesca), como capital, desde donde dispuso toda una organización administrativa y militar. Formó un Senado y unas magistraturas con exilados romanos y allí estableció una escuela donde se educaban conjuntamente a los hijos de las familias romanas e indígenas. Organizó un ejército al modo romano con elementos indígenas preparados. Sertorio utilizó tanto entre los lusitanos como en los celtíberos, lazos sagrados de vieja tradición indígena como la  fides y la  devotio, que exigía una fidelidad personal al caudillo hasta la muerte.

La cuestión sertoriana en la Península proporcionó una nueva dimensión tanto a las provincias como a la propia crisis romana. Por primera vez “los provinciales” no se consideraron ajenos sino que se encontraron inmersos y con una participación activa en los problemas de la metrópoli. Optaron y tomaron posición en uno y otro bando. El  asentamiento y los éxitos de Sertorio en Hispania decidieron a Sila enviar a la península ibérica en el año 79 a. C. a Q. Cecilio Metelo, como procónsul de la Ulterior. Pero  Sertorio se había hecho fuerte en Hispania. 

Fue el año 77 el momento más álgido de su poder. La conjunción de los ejércitos de Metelo y Pompeyo en el año 72 a. C. permitió acabar con la resistencia de Sertorio. Sin embargo no bastó la fuerza militar. Posiblemente la “Lex Plautia de redditu Lepidanorum”, del año 73, que daba la amnistía y permitía a los exilados recuperar su antigua posición, sería un factor definitivo para convencer a los antiguos aliados de Sertorio. Éste se suicidó y sus partidarios se rindieron a Pompeyo.  

El  sueño de Sertorio había acabado.

Pilar Fernández Uriel 

sábado, 26 de diciembre de 2020

La conquista Romana de la Península - Capítulo 4

LA PARTICIPACIÓN DE HISPANIA EN LAS GUERRAS CIVILES. TERCERA FASE DE LA CONQUISTA 


Aunque los años comprendidos entre el 133 y el 82 a. C., continuaron las revueltas indígenas, en especial en la zona lusitana, el periodo que se inicia en el año 82, se considera una etapa diferente en la conquista romana, que no puede entenderse sin relacionarla con el contexto histórico vivido en Roma al final del periodo republicano, que se denomina “crisis de la República”. 

Las provincias hispanas sufrieron directamente los problemas de Roma, debido a su directa participación, pero despertaron a la vida política, a la administración y a la cultura romana y desarrollaron notablemente su vida municipal y urbana. Incluso, importantes familias hispanas alcanzarían la ciudadanía y llegarían a participar activamente en lo que denominamos “la romanización”. 

Protagonistas de los enfrentamientos políticos en este periodo fueron Mario y Sila, que acabaron cuando este último con un golpe de Estado quedó como dueño de Roma e inició una sistemática represión contra los “populares” con una lista de proscritos amenazados de muerte. Entre los perseguidos se hallaba Sertorio. Nombrado gobernador de Hispania citerior, antes de poder desempeñar su cargo fue destituido para designar un “optimate” en su lugar. Sertorio, desde la península ibérica decidió enfrentarse a la Dictadura de Sila. Era el año 82 a. C.

Pilar Fernández Uriel 

jueves, 9 de julio de 2020

Cayó Valerio Verdulo

Cayo Valerio Verdulo fue un alfarero vinculado a la ciudad romana de Calagurris Iulia, uno de los centros más importantes del valle del Ebro, tras su promoción a municipio por Augusto.
Pese a que no hay ninguna certeza al respecto, generalmente se atribuye a una sola persona la firma de los vasos decorados a molde con el nombre G. Val. Verdvllus pingit. A partir de uno de los vasos hallados en Vareia, (Varea, Logroño), firmado por (GAIUS).VALE(RIVS).VER[DVLL]VS.CAL(AGURRITANUS), se propuso que Verdulo era un miembro de la élite calagurritana, quizá un negotiator o un mercator rei cretariae.
Las producciones de este alfarero no se limitaban solamente al ámbito de la sigillata hispánica, sino que los restos parecen indicar que la producción se ampliaba a materiales constructivos cerámicos, cerámicas englobadas e incluso vidrio.
La principal característica de estas cerámicas es su morfología, que se repite en las diferentes piezas y permite que su reconocimiento sea más sencillo. Se trata de vasos de paredes finas cuya decoración, a molde, muestra la firma de Gaius Valerius Verdullus. El tipo de vasos más extendido consiste en una forma de cuenco con perfil carenado, siguiendo la tipología de Amparo Castiella, apoyados en un pie pequeño y que muestran asimismo un labio relativamente marcado. Pese a que las paredes interiores de las piezas sean irregulares, las exteriores tienen una calidad exquisita con decoración a molde muy variada, y motivos a su vez abundantes: vegetales, geométricos, puntillados, animales, rosetas, temas mitológicos, figuraciones humanas incluso… Los vasos más conocidos, probablemente por su tema, son los que hacen referencia a las carreras de circo, a las carreras de gladiadores y, sobre todo, a temas eróticos; no hay que olvidar, tampoco, que muchas interpretaciones de los motivos decorativos de los vasos de Verdulo vienen dadas precisamente por la presencia en su decoración de leyendas epigráficas.

Wikipedia

viernes, 24 de abril de 2020

El desembarco de Amílcar en Gades

Según Polibio, en el año 237 a.C. Amílcar, después de reclutar un importante núcleo de tropas desembarcó en Gades, única posesión cartaginesa en la Península tras la sublevación de los íberos y utilizada como punta de lanza para las ulteriores campañas de ocupación.
Amílcar se lanza a la conquista del Valle del Guadalquivir y a su paso se opone uno de los primeros personajes míticos de nuestra historia, Istolacio, el caudillo turdetano (pueblo heredero de los tartesios), que logra unir contra el invasor a otros pueblos vecinos. Vencido éste y muerto en combate, un nuevo caudillo surge para relevarle, Indortes, el cual no tiene más éxito que su predecesor. Capturado junto a sus oficiales y, a fin de dar un escarmiento ejemplar al resto de los potenciales opositores a sus afanes de conquista, les tortura, les saca los ojos y, finalmente les crucifica. El terror surte su efecto y los pueblos de los alrededores deponen las armas y aceptan la ocupación cartaginesa.
La captura de la zona minera de Cástulo (Cazorla, en las cercanías de Linares), así como los tributos y botines de sus conquistas le proporcionó el prestigio y los recursos precisos tanto para afirmar su poder en la Península, como para satisfacer las necesidades económicas de la metrópoli, en especial el pago de la deuda impuesta por Roma. Así mismo, le permitió reclutar nuevos contingentes de tropas, indispensables para sus planes expansionistas.
En un avance arrollador, Amílcar se extiende hacia el Este peninsular y no sólo deja atrás la ciudad de Mastia, sino que llega hasta Akra Leuka (en las proximidades de Alicante), donde funda una factoría. Esta actitud le sitúa en plena violación de los Tratados vigentes con Roma en los que la ciudad de Mastia figura como límite del expansionismo cartaginés (1).
Ante esta situación las ciudades griegas de Massalia y Ampurias reclaman ante Roma, aliada suya, como otras ciudades ibéricas de la costa, entre las que se encontraba Sagunto (2).
En respuesta a esta demanda, el año 231 a.C. Roma envió a la Península una embajada informativa, al mando del cónsul Papirio (3). La actitud de cartagineses y romanos parece que fue, en todo momento, conciliadora y diplomática. El embajador romano le recordó al cartaginés la violación de los Tratados vigentes, así como el perjuicio que su conducta podía suponer para con sus aliados griegos. Por su parte, Amílcar se defendió arguyendo que su postura estaba motivada por la necesidad de conseguir la plata necesaria para satisfacer las reparaciones de guerra impuestas tras la finalización de la I GP. Roma, adoptando una actitud que parece responder más a satisfacer un trámite obligado para con sus aliados, que a un deseo de enturbiar sus relaciones con Cartago, se dio por satisfecha con estas explicaciones, zanjando el incidente (4).
El invierno del 229 a.C. lo pasan las fuerzas cartaginesas en Akra Leuka, donde se ven obligadas a reprimir, esporádicamente, pequeñas revueltas en sus proximidades. Una de las acciones militares que se llevan a cabo es el sitio de Ilici (Elche), donde se va a producir un hecho que provoca la muerte de jefe cartaginés. Al parecer, una noche, los aliados de los sitiados al mando de Orisson, rey de los oretanos (5), idearon una estratagema consistente en movilizar gran cantidad de carros tirados por bueyes con teas encendidas. Cundió la alarma en el campamento cartaginés al creer que se trataba de un poderoso ejército que se aproximaba contra ellos, lo que provocó el pánico y la huida desordenada de las tropas. El resultado fueron numerosas bajas, entre ellas la de Amílcar, que al parecer murió ahogado, aunque su cadáver no fue encontrado jamás.
Aunque inesperada, la muerte de Amílcar no supone grave quebranto de la situación. El poder cartaginés está bien asentado en la Península, sus arcas repletas, el ejército bien dotado y organizado, una sucesión asegurada y sin traumas y lo que, quizás, era más importante, Cartago había recuperado la confianza en sí misma como pueblo.
El jefe Bárquida dejó tres hijos varones: Aníbal, Asdrúbal y Magín; pero ante la imposibilidad de confiar  el mando a ninguno de ellos, dado que todos eran menores de edad, el cargo recayó en su yerno, también de nombre Asdrúbal.

Cisme Observatorio

martes, 21 de abril de 2020

El gallego que fue Emperador de Roma

Las leyendas medievales lo sitúan como uno de los primeros reyes británicos, fue considerado un héroe nacional en Gales y era uno de los inspiradores de las leyendas del Rey Arturo: así era el gallego que fue Emperador, Magno Clemente Máximo
A finales del Siglo IV lejos quedaba la época de esplendor y gloria de los césares del Imperio Romano. Faltaba un siglo para que Roma alcanzara su ocaso. Pero antes de la caída, un gallego pasó a formar parte de la leyenda del Imperio, al convertirse en soberano de Occidente. Además, las leyendas medievales lo sitúan como uno de los primeros reyes británicos, considerado un héroe nacional en Gales y uno de los inspiradores de las leyendas del Rey Arturo. Esta es la historia de un personaje legendario, el gallego que fue Emperador: Magno Clemente Máximo.
Existen pocos datos sobre los primeros años de Máximo, más allá de que nació alrededor del año 335, que era hispano y que había nacido en la provincia romana de Gallaecia, aunque algunas fuentes sitúan su lugar de nacimiento en la provincia Tarraconensis.
Máximo pertenecía a los Flavio, una de las más importantes familias de la aristocracia Hispánica, lo que posiblemente provocó que encaminara su carrera hacia el ejército romano como paso previo a la política.
Tras la muerte de Constantino el Grande, el Imperio había quedado divido en dos, el Imperio Occidental y el Imperio Oriental (Bizancio). El Occidental, además, quedaba dividido en otras dos partes, la Prefectura de las Galias (Britania, Hispania y las Galias) y la Prefectura Itálica (Italia, África e Iliria).
Máximo inició su carrera militar alrededor del año 368 en Britania, defendiendo el Muro de Adriano, la frontera Norte. Durante esta campaña se forjaría gran parte de su leyenda, al participar activamente en la victoria en defensa de la frontera. Máximo se mantiene en Britania durante varios años, en los que crea fuertes lazos con los britanos.
En el año 373, es llamado por la Corte Imperial para sofocar en el Norte de África la revuelta de Firmo, que se había autoproclamado Emperador un año antes. De nuevo, otra victoria tras la cual se retira de nuevo a Britania, donde el Emperador Graciano lo pone al frente de su ejército y donde se encuentra su hogar, su esposa y sus fieles soldados.
En el año 381, la frontera Norte de Britania estaba de nuevo en peligro. Máximo inflige, otra vez, una severa derrota a los “bárbaros del Norte”. Su liderazgo, valentía y sus audaces victorias, le valen ser proclamado, a manos de sus tropas Emperador, en el año 383.
Pero para poder refrendar su posición, debía enfrentarse a Graciano, legítimo Emperador del Imperio de Occidente.
Así que Máximo se pone en marcha e invade las Galias. Cerca de la actual ciudad de París sus ejércitos se encuentran, pero parece que Graciano no era muy querido, ya que es abandonado por sus hombres y asesinado en Lyon el 25 de Agosto del año 383.
Tras eliminar a Graciano, Máximo establece su corte en Tréveris, Alemania, donde es bautizado con la intención de ejercer desde allí como Emperador de Occidente. Así, en el año 384, Teodosio el Grande, Máximo y Valentiniano II pactaron en Verona el reparto del Imperio. El gallego sería el Emperador de la Prefectura de las Galias, Valentiniano II de la Itálica y Teodosio el Emperador de Oriente.
En el año 387, el ejército de Magno Máximo entraba en la Península Itálica para apoyar a Valentiniano II en su lucha contra los bárbaros del Norte. Pero Máximo no se conformaba, quería Italia. Su ambición le llevó a aprovechar la oportunidad que se le ofrecía para conquistar Milán y expulsar al legítimo Emperador, Valentiniano II, que tuvo que exiliarse a Oriente bajo la protección de Teodosio.
De esta manera conquistó Italia y África y partió a Roma. Magno Clemente Máximo se convertía así en Emperador de Occidente.
Su poder creció desmesuradamente. Además del poder militar, tenía también el religioso gracias a su defensa del cristianismo, pero sobre todo, tras la decapitación de otro gallego, Prisciliano, considerado el primer hereje “oficial” de la historia, que le valió para ser proclamado como “Defensor del Cristianismo”, poniéndose a la misma altura que Teodosio el Grande en Bizancio, que había establecido esta religión como la oficial del Imperio.
El Emperador de Oriente no podía permitirlo, así que, en Julio del año 388, Teodosio marchó con un gran ejército hacia Occidente. Magno Máximo sería derrotado en Italia y hecho prisionero. Algunas fuentes nos cuentan que fue asesinado por sus propios hombres mientras otras nos dicen que fue el mismo Teodosio quien lo decapitó. De una forma o de otra, Magno Clemente Máximo fallecía el 25 de agosto del año 388 cerca de Aquileya, al Noreste de Italia.
Alrededor del año 1135, Máximo era ya un personaje legendario, pero se convirtió en épico cuando Geoffrey de Monmouth publicó su “Historia de los Reyes de Britannia” (base para gran parte de las leyendas inglesas y galesas). En ella nos cuenta que un Emperador romano fue Rey de Britannia, ya que su esposa era la hija de un poderoso jefe britano. Se considera a Máximo ese emperador, aunque, al igual que las leyendas de Arturo, el personaje legendario podría reunir partes de distintos personajes históricos.
En esta obra, Arturo, preguntado porque Roma debería someterse a él, justificaba su derecho afirmando ser descendiente de Máximo y Elen.
Arturo afirmaba ser heredero directo de un Emperador de Roma y de su esposa de la realeza de Britannia.
Otra obra publicada 200 años antes que la anterior “Historia Brittonum” transforma la leyenda de Máximo para convertirlo en uno de los fundadores de la historia galesa, considerado un héroe nacional de Gales hasta tal punto que distintos reyes medievales, al igual que Arturo, afirmaban ser sus descendientes.
Así fue como un gallego fue Emperador de una de las mayores superpotencias de la historia y se convirtió en personaje legendario al que incluso el Rey Arturo quería tener como pariente.

El Español

sábado, 23 de noviembre de 2019

Flavia Serena

Flavia Serena era miembro de la dinastía teodosiana y sobrina e hija adoptiva de Teodosio I. Nació en Galicia en 370.
Poco antes de la muerte de su tío en 395, él concertó su matrimonio con su magister  militum, Flavio Estilicón. Residió en la corte de su primo, Honorio. Allí seleccionó una esposa para el poeta de la corte, Claudiano, y se hizo cargo de la medio hermana de Honorio, su prima Gala Placidia. Ella y Estilicón tuvieron un hijo, Euquerio, y dos hijas, María y Termancia, con las cuales se casó Honorio de manera sucesiva.
Estilicón fue ejecutado por órdenes de Honorio en 408. Durante el sitio de Roma por los visigodos, al año siguiente, Serena fue acusada falsamente de conspiración con los godos y ejecutada con el consentimiento de Gala Placidia.

Wikipedia

lunes, 15 de abril de 2019

Besadino - General ibero



Besadino fue un general íbero que luchó contra la república romana en la revuelta íbera (197-195 a. C.). Participó en la batalla de Turda, siendo vencido por el pretor romano Quinto Minucio Termo y hecho prisionero.

Wikipedia 

sábado, 6 de abril de 2019

Segunda guerra celtíbera

Segunda guerra celtíbera, o de los belos, titos y arévacos, o del fuego

La excusa para el comienzo de la segunda fase de la guerra (154-152 a. C.) ocurre en el 154 a. C. con la ampliación de la fortificación de Segeda, capital de los belos.​ El Senado romano lo consideró como una infracción de los acuerdos de Graco de 179 a. C. y una amenaza para sus intereses en Hispania. Sin embargo, Polibio​ atribuye el origen de la guerra al comportamiento de los gobernadores romanos, que habían convertido la administración romana en insoportable para los indígenas.
El senado romano prohibió continuar la muralla y exigió, además, el tributo establecido con Graco. Los segedenses arguyeron que la muralla era una ampliación y no una nueva construcción y que se le había exonerado del pago del tributo después de Graco.
Roma envió al Cónsul Nobilior al mando de 30 000 hombres. Al enterarse los habitantes de Segeda, se refugiaron en Numancia, oppidum de la tribu de los arévacos, donde eligieron jefe de las dos tribus, arévacos y belos, a Caro de Segeda. Nobilior marchó por el valle del Ebro hacia Segeda, donde destruyó la ciudad, tomo Ocilis (Medinaceli) y avanzó por Almazán hacia Numancia. En el camino, Caro con 20 000 soldados y 5000 jinetes logró emboscar a los romanos cuando pasaban, causándoles 6000 bajas, pero al perseguirlos en desorden, la caballería romana cayó sobre él, matando al mismo Caro y salvando al ejército. Después llegó ante Numancia, donde se le unieron tropas enviadas por Massinisa, que incluían diez elefantes de guerra, pero sufrió otra dura derrota al desbandarse dichos animales. Tras varias derrotas y de pasarse Ocilis, donde mantenía las provisiones y el dinero, al bando de los celtíberos, a Nobilior no le quedó otro remedio que recluirse en su campamento a pasar el invierno, donde murieron muchos soldados de frío y en escaramuzas con los indígenas.
Al año siguiente, llegó como sucesor en el mando el cónsul Claudio Marcelo con 8000 soldados y 500 jinetes, cercó a Ocilis a la que supo atraerse y les concedió el perdón. Ante las condiciones magnánimas de rendición, rehenes y cien talentos de plata, Nertobriga también pidió la paz. Marcelo les puso la condición de que todos los pueblos, arévacos, belos y titos, la pidieran a la vez, cosa que consiguió, pero algunos pueblos se opusieron porque habían soportado sus razias durante la guerra. Marcelo decidió enviar embajadores de cada parte para que dirimieran sus rencillas y recomendó al Senado la aprobación de los tratados. El Senado desestimó la oferta de paz y preparó un nuevo ejército al mando del cónsul Licinio Lúculo, quien tenía como lugarteniente a Publio Cornelio Escipión Emiliano.
Marcelo declaró de nuevo la guerra a los celtíberos, que tomaron la oppidum de Nertóbriga, persiguió a los numantinos acorralándolos en la ciudad. El jefe de los numantinos, Litennón, pidió la paz en nombre de todas las tribus. Marcelo exigió rehenes y dinero y aceptó la paz antes de la llegada de Lúculo.

(Wikipedia)

miércoles, 3 de abril de 2019

Batalla de Dertosa

La batalla de Dertosa tuvo lugar en primavera del año 215 a. C., entre Asdrúbal Barca y los hermanos Publio y Cneo Cornelio Escipión Calvo, en las cercanías de Dertosa, al sur del río Ebro.
Los romanos, bajo el mando de Cneo Escipión, se habían establecido en la zona tras su victoria en la batalla de Cissa en el año 218 a. C. y la expedición de Asdrúbal Barca para expulsarles había terminado con la derrota del contingente hispano de la armada cartaginesa en la batalla del Río Ebro en 217 a. C. Asdrúbal envió una nueva expedición en 215 a. C., pero su derrota en la batalla de Dertosa impidió a los cartagineses enviar refuerzos a Aníbal en un momento clave de la guerra, y permitió a los romanos ganar la iniciativa en Hispania. Los hermanos Escipión continuaron con su política de sometimiento de las tribus hispanas y saqueo de las posesiones cartaginesas y Asdrúbal, al perder gran parte de su ejército de a pie, tuvo que reforzarse con el ejército que estaba preparado para navegar en refuerzo de Aníbal.
Gracias a esta victoria, los hermanos Escipión ayudaron indirectamente a sus compatriotas que luchaban en Italia, evitando que la situación empeorase más de como había quedado tras la batalla de Cannas a la vez que mejoraban su propia situación en Hispania.
Tácticamente, la batalla de Dertosa demuestra los riesgos que se asumen al implementar una táctica de tenaza.
En 2007 los estudios arqueológicos localizaron en el límite del actual término de Tortosa, en la finca agrícola de la Palma, ya en el municipio de la Aldea, un gran campamento romano de la segunda guerra púnica. En el mismo año las campañas arqueológicas confirmaron la ubicación de otro campamento romano en la localidad de Tivisa.

Wikipedia

domingo, 24 de marzo de 2019

Escipión el Africano en Hispania (Final de la campaña)

Después de su regreso a Tarraco, a Escipión sólo le quedaba la misión de consolidar el poder romano en la Península y comunicar al Senado su aplastante victoria, encargo que recayó en su hermano Lucio que partió hacia Roma.
Su posterior labor en Hispania estaría encaminada a castigar a aquellas poblaciones, aliadas de Roma, que se habían significado por su traición años atrás, cuando su padre y su tío fueron derrotados por los cartagineses, como aviso para todas aquellas que pretendieran resistirse al nuevo orden impuesto por Roma; fundamentalmente Iliturgi (de forma muy cruel) y Cástulo.
Considerando su misión en Hispania terminada decidió que era el momento de dar gracias a los dioses y de celebrar un espectáculo en honor de su padre y de su tío, para ello organizó unos juegos de gladiadores en Cartago Nova. Tras los juegos la situación se iba a complicar ligeramente por una serie de sucesos. Una repentina enfermedad de Escipión hizo que circulara el rumor de su muerte. Indíbil y Mandonio, insatisfechos con las recompensas recibidas por su ayuda, y por comprender que el poder de SPQR tenía visos de continuidad en la Península y por tanto lo único que había pasado era que habían cambiado un amo por otro, a lo que se unía su tradicional percepción de alianza personal y no de estado, al creer que Escipión había muerto declararon su ruptura con Roma e iniciaron una revuelta. Por otra parte, las tropas romanas acampadas junto al Júcar, descontentas por su situación de espera, ociosa -si no hacían falta por qué no se les mandaba a casa- y por el adeudo de los pagos, se sublevaron. Esto último era lo que más temía Escipión, pues minaba su prestigio y poder, y por eso se aplicó con diligencia a sofocarla. Tras idear un plan para ganarse la confianza de las tropas amotinadas arrestó y ajustició a los principales cabecillas de la revuelta dejando en libertad a los demás además de entregarles las pagas que se les adeudaba.
En cuanto a la sublevación de los caudillos ilergetas, ésta fue rápidamente sofocada y los cabecillas solicitaron el perdón a cambio de jurarle de nuevo lealtad. Una vez apaciguado el territorio Escipión dio por concluida su misión en Hispania y volvió a Roma.

Hasta aquí, este trabajo es el resultado de copiar y pegar a Javier CABRERO PIQUERO (2000) de su obra Escipión el Africano, Aldebarán Ediciones S.A., Madrid

sábado, 23 de marzo de 2019

Escipión el Africano en Hispania (Batalla de Ilipa)


La campaña del 206 iba a ser la última de las de Escipión el africano en Hispania e iba a suponer el fin definitivo del poder cartaginés en la Península. Los cartagineses, durante ese invierno, habían logrado rehacer sus maltrechos contingentes militares, gracias a la cuantiosa ayuda económica que Cartago envió. Los dirigentes púnicos se habían convencido de que la única esperanza que le quedaba a Aníbal era que los cartagineses recuperaran el dominio de la Península Ibérica y, lo que era más importante, la explotación de sus riquezas, indispensables para continuar la guerra. Para ello, en primer lugar, se debía derrotar a Escipión y acabar con el prestigio que éste había logrado entre los pueblos peninsulares. Con el dinero enviado por Cartago, Asdrúbal Giscón y Magón lograron contratar a ingentes cantidades de iberos y armar un ejército de más de 50.000 hombres, 70.000 según Polibio, y 4.500 jinetes. Con este potente ejército Asdrúbal Giscón estaba dispuesto a no rehuir el combate, como sucediera el año anterior. Salió de Cádiz para acampar en las cercanías de Ilipa (Alcalá del Río), desde donde retó a Escipión en la esperanza de que éste aceptara la lucha.
Enterado Escipión del movimiento de los cartagineses, partió de Tarraco con dirección a Sierra Morena, pero antes ordenó a Silano que recogiera las tropas que Cuica les había prometido durante en invierno, a la vez que él, en su avance, iba recogiendo pequeños contingentes de tropas que se les unían. Cuando estaban en las proximidades de Cástulo se les unió Silano, que había cumplido las órdenes del general y traía consigo 3.000 hombres y 500 jinetes. Con estos refuerzos el ejército de Escipión contaba con 45.000 hombres, sumada la caballería y los aliados. Era algo inferior en número al cartaginés, pero con una moral de victoria muy superior, pues la fortuna les había sonreído durante los últimos años.
Llegado Escipión a poca distancia del lugar que ocupaban los cartagineses, comenzó a levantar y fortificar su campamento en unas lomas, que en la actualidad reciben el nombre de Pelagatos. Como medida de seguridad, Escipión ocultó tras una loma un fuerte contingente de caballería, para que les protegiera mientras montaban el campamento, e intervinieran en caso de necesidad.
Magón, que desconocía las precauciones tomadas por Escipión, pensó que éste era un momento idóneo para atacar, abalanzándose contra el campamento romano con gran parte de la caballería y con las tropas africanas, bajo el mando de Masinisa. La refriega fue intensa, pero los cartagineses se vieron rápidamente sorprendidos por la caballería romana que Escipión había ocultado. También acudieron rápidamente los manípulos ligeros, que estaban de guardia, así como parte de los soldados que realizaban los trabajos de fortificación.
El ataque por sorpresa, que pretendían Masinisa y Magón, no había surtido el efecto deseado, al contrario, la retirada primero y desbandada después, a la que se vieron obligados los cartagineses, sirvió para fortalecer aún más la moral de los romanos. De nuevo Escipión demostraba que no dejaba nada al azar y que era capaz de adelantarse a todos los movimientos del enemigo.
Los días que siguieron fueron de simple tanteo sin llegar a enfrentamientos pero que sirvieron a Escipión para observar la táctica enemiga. El día que decidió tomar la iniciativa ordenó que sus hombres estuvieran preparados y alimentados muy temprano y con las primeras luces comenzó el ataque. Asdrúbal, sorprendido, no tuvo tiempo de meditar sobre los movimientos que los romanos acababan de hacer y sacó apresuradamente del campamento a sus hombres que aún no se habían alimentado y los mandó formar. Esta situación formaba parte de la estrategia de Escipión, que mantuvo desconcertados a los cartagineses esperando el ataque, que no fue hasta bien entrado el mediodía, de modo que su falta de alimentación conllevara el debilitamiento físico y psíquico de las tropas púnicas. El desarrollo de la batalla era tan desfavorable a los africanos que decidieron huir, pero en esta ocasión Escipión sí ordenó la persecución del enemigo pues sabía que ningún otro ejército podía acudir en ayuda de sus contrarios, obligándolos a presentar batalla la cual fue una masacre. Asdrúbal huiría a Cádiz. 
Probablemente fue tras esta batalla cuando Escipión fundó el primer asentamiento romano en Hispania, en las proximidades de Santiponce (Sevilla), que recibió el nombre de Itálica.

Mural CV

viernes, 22 de marzo de 2019

Escipión el Africano (Batalla de Baecula)

En Roma, la noticia de la caída de Cartago Nova supuso un verdadero alivio por su doble significado: por un lado, que los romanos volvían a llevar la iniciativa en Hispania; y por otro, que el riesgo de que Aníbal pudiera recibir ayuda desde la Península era cada vez menor.
Escipión pasará el invierno del 209 en Tarraco preparando la campaña del año siguiente. El trato amable (política de congraciamiento que llevaría a cabo en todas sus campañas) que había tenido con los rehenes de Cartago Nova consiguió que numerosos jefes de tribus hispanas se fueran adhiriendo a la causa romana. Entre ellos estaban: Edecón, caudillo de los edetanos, e Indíbil y Mandonio, caudillos ilergetas.
Si siguiente objetivo era apoderarse de la cuenca minera de Sierra Morena controlada desde la ciudad de Cástulo, y que unida a las minas de plata que le había proporcionado la toma de Cartago Nova, constituían una importante fuente de recursos económicos, sustraídos a los púnicos, necesarios para pagar a sus ejércitos mercenarios. En las proximidades de Cástulo estaba acampado el ejército de Asdrúbal Barca. Escipión tenía conocimiento, a través de sus espías, de que la intención del cartaginés era acudir a Italia en ayuda de su hermano, Aníbal, por lo que era imprescindible una rápida intervención que lo impidiera.
En los primeros días de la primavera de 208 puso rumbo al sur, sabiendo que sus espaldas estaban protegidas y que en caso de peligro (que se unieran los ejércitos púnicos) podría refugiarse en Cartago Nova. Sin dar tiempo a que pudieran unírsele bien Magón, desde el sur, o Asdrúbal Giscón, desde el oeste, avanzó con rapidez sobre las posiciones del bárquida, quien, enterado de la llegada de Escipión, decidió cambiar de sitio su campamento buscando un emplazamiento más seguro y fácil de defender. La nueva ubicación para las tropas la encontró en las proximidades de Baecula, actual Bailen. La posición elegida, una pequeña colina, estaba protegida por un río, que discurría a espaldas del campamento y, delante de ella, había un llano en el que podía desplegarse todo el ejército cartaginés en formación de batalla. Un peñasco que dominaba el mencionado llano hacía que el acceso por los flancos fuera muy difícil. En la parte delantera de la colina existían dos terrazas en las que emplazó las tropas: sobre la más baja la infantería ligera, la caballería númida y los honderos baleáricos, y sobre la más alta su propio campamento.
Escipión no tardó en llegar, pero al apercibirse de la sólida posición que tenía el enemigo dudó sobre la conveniencia de atacar. Era consciente de que no podía esperar mucho, pues corría el riesgo de ser cogido por la espalda por alguno de los otros ejércitos cartagineses. Tras dos días de acecho, decidió probar suerte y tantear al enemigo. El relato de Polibio muestra claramente cómo se desarrolló la batalla.
Narra el autor griego que, en primer lugar, Escipión hizo salir del campamento a los vélites y parte de la infantería, ordenando que el resto de las tropas, que pennanecían dentro del campamento, estuvieran preparadas para intervenir en caso de que su colaboración se hiciera necesaria.
Escipión no perdió la ocasión para dirigirse a sus hombres manifestando la inferioridad del enemigo, que no se atrevía a luchar en campo abierto y que se refugiaba en las alturas de una colina, desconfiando de sus armas y de su valor; también recordó a sus hombres que las murallas de Cartago Nova eran más altas y, a pesar de ello, habían logrado tomarlas. Las palabras de su comandante en jefe y la moral que los romanos habían adquirido en la campaña anterior, se dejó ver en el combate. Se batían con tanto arrojo que los cartagineses comenzaron a pasar dificultades, a pesar de tener tomadas las mejores posiciones desde las que arrojaban gran cantidad de armas y proyectiles. Asdrúbal, que veía peligrar la situación, hizo salir a su ejército y lo aproximó al peñasco. Esa maniobra fue aprovechada por Escipión para hacer entrar en combate a su infantería ligera, en apoyo de los que habían iniciado la batalla. El siguiente movimiento de este último fue realizar una maniobra envolvente y, con el resto de sus fuerzas, rodeó el peñasco, atacando el flanco izquierdo de los cartagineses, en tanto que Lelio hacia lo mismo por el derecho.
Asdrúbal, sorprendido, reaccionó demasiado tarde, no pudo desplegar sus tropas convenientemente, viendo como sus alas cedían al empuje romano y los soldados, que intentaban ordenarse en formación de batalla, no tuvieron más remedio que dar la vuelta y huir. Al percatarse de que el enfrentamiento tomaba un cariz demasiado adverso, Asdrúbal consideró que era más sensato salvar lo que quedaba de su ejército que continuar la lucha y arriesgarse a perderlo todo; así reunió todos los fugitivos que pudo, levantó el campamento con celeridad y emprendió la huida.
Escipión, de nuevo, había alcanzado la victoria, esta vez sí en condiciones de inferioridad, pues la posición que había tomado el enemigo le daba una serie de ventajas que no supo aprovechar. Consciente de la suerte que había tenido en esta jornada, creyó más prudente no salir en persecución alocada de Asdrúbal, pues corría el riesgo de que las tropas de Magón y de Asdrúbal Giscón se unieran a las del bárquida, que había tomado el camino de los Pirineos, permitiéndole así escapar y que fuera a reunirse con Aníbal (no lo conseguiría pues fueron interceptadas y masacradas por las tropas romanas cerca del lago Metauro).
Tras esta batalla las tropas aclamaron a Escipión como "Imperator" por vez primera.
En la campaña de 207 la participación de Escipión fue menor, limitándose simplemente a acosar a Asdrúbal Giscón, dejando en manos de sus lugartenientes, Marco Julio Silano y su hermano Lucio Escipión, las acciones militares. Silano al mando de dos legiones sofocó la revuelta de los pueblos celtíberos soliviantados por Magón. Lucio con dos legiones y mil jinetes asedió y consiguió la rendición de Orongis (posiblemente la actual Jaén).

Mural CV

miércoles, 20 de marzo de 2019

Escipión el Africano en Hispania (Llegada y preparativos)

El nuevo general en jefe de las tropas estacionadas en Iberia llegaría a Ampurias en el otoño del 210 a.C. con treinta quinquerremes y dos legiones (10.000 infantes y 1.000 jinetes), que unidas a las que ya había en la Península sumaban cuatro legiones, consideradas suficientes para afrontar con garantías la dura campaña militar que le esperaba.
Lo avanzado de la estación impedía que comenzara actuaciones militares de envergadura, por lo que se empleó en fortalecer su posición al norte del Ebro; en concretar alianzas con las tribus indígenas; y en preparar, durante el invierno, la campaña del año siguiente informándose de la situación de los tres ejércitos cartagineses en la Península: uno al mando de Asdrúbal Barca que operaba en la zona de la Carpetania; otro a las órdenes de Magón situado en las proximidades del estrecho de Gibraltar; y el tercero comandado por Asdrúbal Giscón en las inmediaciones de la desembocadura del Tajo.
Los planes de Escipión consistían en llevar la guerra al territorio dominado por los cartagineses y, por ello, necesitaba bases militares en el sur peninsular. El joven general, después de un minucioso estudio, puso sus ojos en Cartago Nova por reunir importantes cualidades como la existencia de un puerto capaz de albergar una fuerza naval además de constituir un favorable punto estratégico y comercial para travesías por mar. Su conquista, además, proporcionaría a Roma las importantes minas de plata de la zona. En Cartago Nova se concentraban las reservas dinerarias cartaginesas, gran parte del equipamiento de los ejércitos púnicos y, lo más importante, los rehenes entregados por las tribus hispanas como garantía de su fidelidad lo cual constituía un botín político excepcional puesto que con su posesión podía cambiar radicalmente el sistema de alianzas de las tribus indígenas con ambos contendientes. A todo ello había que sumar la consideración de inexpugnable, protegida por el mar y un estrecho istmo, que le habían dado los cartagineses confiados en que nadie se atrevería a dirigirse contra su colonia, la cual sólo estaba custodiada por un millar de soldados, con lo que su conquista podría convertirse en una inyección de moral para las tropas romanas, sobre todo para los veteranos que habían sufrido las derrotas de campañas anteriores.

Mural UV

lunes, 18 de marzo de 2019

Púnico

Púnico (m. c. 153 a. C.) fue un caudillo de los lusitanos que comandó en el contexto de las guerras lusitanas a estos en contra de los romanos.
La situación cambió con la aparición en 155 a. C. de Púnico al frente de un ejército formado por lusitanos y vetones que saqueó el sur de la península ibérica. El pretor Calpurnio Pisón envió contra ellos un ejército de 15 000 hombres comandado por Marco Manlio. El choque supuso la muerte de unos 6000 legionarios y desencadenó la alarma en Roma.
Entre los años 155 y 153 a. C. las fuentes señalan que se dedicó a «saquear los territorios de los aliados de Roma».​ Dirigió incursiones lusitanas en la Bética y también en el territorio de la costa mediterránea aliado, según Apiano, a los vetones.​ Los enfrentamientos supusieron la muerte en combate del cuestor Terencio Varrón y constantes asaltos a las ciudades. Incluso las localidades fenicias costeras suplicaron ayuda a Roma.
Púnico murió en combate en el área mediterránea de la península ibérica y fue sustituido por Césaro,​ quien llegó con sus hombres hasta Sexi y dominó toda la costa meridional menos las ciudades.

Wikipedia 

domingo, 17 de marzo de 2019

Viriato

(?-Monte Herminius, hoy Serra da Estrella, Portugal, 139 a.C.) Caudillo lusitano que lideró la resistencia frente a la invasión romana. Era un pastor, por más que es definido en ocasiones como un bandido por la historiografía, lo que tampoco sería nada excepcional en las culturas de la península Ibérica, donde esta actividad era bastante común y en modo alguno estaba reñida con otras formas de sustento.
En el año 150 a.C., el pretor romano Galba convocó a una supuesta entrega de tierras a los lusitanos, que debían acudir sin armas; se trataba de una traición ignominiosa, pues, una vez reunidos, el pretor dio orden de asesinarlos. Entre los que lograron escapar a la terrible masacre se hallaba Viriato, que a partir de ese momento se convirtió en el líder de la lucha contra la dominación romana. Cercado por el pretor Cayo Vetilio en el 147 a.C., consiguió romper las líneas romanas y, con un millar de incondicionales, escapar hacia Tríbola y atraer a sus perseguidores a una emboscada en la cual sucumbió Vetilio.
Con esta victoria, Viriato decidió llevar la guerra hasta la meseta, donde derrotó a los cuestores Cayo Plaucio y Claudio Unimano, y ocupó Segóbriga. La reacción de Roma consistió en enviar un ejército consular mucho más poderoso que los que antes operaban en la península Ibérica, al mando del cónsul Fabio Máximo Emiliano, quien derrotó a Viriato en una batalla en campo abierto en el año 145 a.C., y le obligó a replegarse a Lusitania.
La situación cambiaría con la guerra de Numancia, pues el grueso de las legiones romanas fue obligado a empeñarse en las durísimas campañas contra los celtíberos, lo cual permitió a Viriato pasar a la ofensiva de nuevo. Derrotó al pretor de la Citerior, Quincio, y avanzó por la Bética, antes de verse forzado a retroceder de nuevo a la Lusitania.
Ya en su terreno, derrotó al cónsul Serviliano en el 141 a.C. y consiguió concluir un tratado de paz con Roma, que ésta, decidida a sofocar la resistencia de celtíberos y lusitanos, no tardó en romper. Se envió un nuevo ejército, al mando del cónsul Cepión, quien aprovechó unas negociaciones con los lusitanos para sobornar a varios lugartenientes de Viriato con el fin de que lo asesinasen, como así hicieron. Muerto el líder, la rebelión lusitana perdió fuerza, y en pocos años Roma consolidó su posición en la península Ibérica.

Biografías y Vidas

miércoles, 6 de marzo de 2019

Julio César en Hispania

Si César perseguía ahora a Pompeyo hasta Grecia, quedaba expuesta su retaguardia a los ataques de las legiones de Pompeyo establecidas en Hispania. Después de entrar en Roma, conquistada Italia, y saber que Pompeyo había huido hacia Grecia, César se ocupó de las legiones de Pompeyo en Hispania, asegurando así su retaguardia para poder avanzar luego hacia Grecia.
El ejército de Pompeyo en Hispania contaba con siete legiones aguerridas mandadas por el cónsul de aquel año, Afranio y los dos generales Petreyo y Varrón (uno de los romanos más cultos de su tiempo). La generalidad de los pueblos autónomos peninsulares habían jurado fidelidad a Pompeyo, que seguía siendo el procónsul de Hispania. Pompeyo contaba con un gran apoyo en las tropas hispanas que, tras la muerte de Sertorio, lo habían aclamado como jefe, transfiriéndole su fidelidad (devotio). También contaba con siete legiones al mando de Lucio Afranio y Marco Petreyo, que dominaban la llanura del Segre, además de las tropas de Terencio Varrón, que mantenían la calma en Lusitania.
Una vez más, la Península iba a ser escenario decisivo de las guerras que decidirían el futuro de Roma. Con un ejército reducido, César se lanzó al ataque de Hispania con la estrategia definida por él mismo de "combatir primero un ejército sin general para luego combatir a un general sin ejército".
César dejó frente a Marsella, partidaria de Pompeyo, tres legiones y con el resto se internó en Hispania. Afranio y Petreyo se habían establecido en Lérida, a la orilla del Segre. En la batalla de Ilerda (Lérida), César derrotó a las tropas pompeyanas, que tuvieron que entregarse sin condiciones. En un acto de magnanimidad, César permitió que se marchasen los que no quisieran seguirle. La mayoría se quedó.
En la Bética, Varrón trataba de hacerse fuerte, pero César cosechaba mayores simpatías entre los locales porque estos recordaban con agrado todo lo que había hecho por ellos cuando era gobernador de Hispania. El consejo de notables de las principales ciudades se decantó por César y Varrón no tuvo más remedio que someterse a su enemigo, una vez
que sus tropas le habían abandonado. César dejó a Varrón en libertad. Toda Hispania quedaba así en poder de César, que dejó allí cuatro legiones y volvió a Marsella, que se resistía. Al final Marsella se rindió y César le dejó su autonomía.
Con la retaguardia asegurada, César partió para Roma, donde se hizo elegir cónsul para el año 48. A los once embarcó en Brindisi y pasó a Grecia, donde Pompeyo había tenido tiempo para reorganizar sus tropas. En el primer enfrentamiento, en la batalla de Dirraquium, César sufrió una derrota, pero consiguió huir con su ejército intacto y esperó otro momento para volver a enfrentarse a su rival. El enfrentamiento decisivo tuvo lugar el 9 de agosto del 48 a. C. en la llanura de Farsalia, en Tesalia (Grecia central). César obtuvo una victoria aplastante, gracias a un ardid táctico. Sus enemigos políticos consiguieron huir: Cneo Pompeyo Magno partió hacia Rodas y de ahí a Egipto; Quinto Cecilio Metelo Escipión y Marco Porcio Catón marcharon hacia el norte de África. La batalla supuso el fin de la guerra. De regreso a Roma, fue nombrado dictador. En 47 a. C., César se dirigió a Egipto en busca de Pompeyo, pero allí recibió la noticia de que su viejo aliado y enemigo había sido asesinado traidoramente en la playa por el rey Ptolomeo XIII el año anterior para ganarse así el favor de César. César, sin embargo, no solamente no apoyó este gesto, que le pareció de cobardía, sino que hizo liquidar a los traidores que habían vendido a su enemigo. La muerte de Pompeyo apenó a César, que lamentaba haber perdido la oportunidad de ofrecerle su perdón. Decidió intervenir en la política egipcia y substituyó al rey Ptolomeo XIII de Egipto por su hermana Cleopatra, que creía más afín a Roma y con la que tuvo un romance.
Tras las campañas de Egipto, César se dirigió al Asia Menor, donde derrotó a Farnaces rey del Ponto sin gran dificultad («Veni, vidi, vici»). Pasó luego al norte de África para atacar a los líderes de la facción conservadora allí refugiados, a los que derrotó en la Batalla de Tarso el año 46 a. C. Los soldados de César desobedecieron la orden de perdonar a los
vencidos y acuchillaron sin compasión al enemigo. Muchos jefes pompeyanos cayeron en la batalla y Catón se suicidó después de poner a salvo a varios de los suyos. César eliminaba así a sus mayores enemigos: Quinto Cecilio Metelo Escipión y Marco Porcio Catón. Pero los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto Pompeyo Fastulos, junto con su antiguo
legado principal en las Galias, Tito Labieno, consiguieron huir a Hispania. César tenía ahora que abatir la resistencia que quedaba en Hispania.
En Hispania, la crueldad de lugarteniente de César, Quinto Casio Longino, había provocado una sublevación de los pueblos hispanos. Muchos soldados de César intentaron asesinar a Longino. Estos soldados descontentos se pasaron a las tropas pompeyanas, que llegaron a disponer de una enorme masa de trece legiones, una fuera enormemente peligrosa para César. En el sur los abusos de Varrón en la provincia Ulterior causaron descontento entre los nativos.
Bajo César se repitió de nuevo la historia de los expoliados pueblos hispanos: otra vez unos y otros contendientes buscaron explotar a su favor el descontento de las ciudades de Hispania por las continuas y brutales exacciones. Para César y Pompeyo las tierras hispanas eran una formidable fuente de ingresos para sus campañas, aunque las
posibilidades económicas de la Península para abastecer los ejércitos romanos eran limitadas.
Derrotados los pompeyanos en África, la última esperanza de los pompeyanos era Hispania, y a allí se dirigieron comandados por Cneo Pompeyo, quien tras conquistar las Baleares llegó a la Bética con el objeto de sublevarla, aprovechando que los ánimos allí estaban encendidos por la expoliación del lugarteniente de César. César, en una rápida y decisiva acción, se presentó de sorpresa en Hispania.
El el 17 de marzo del 45 a.C. se dio la batalla de Munda, localizada entre las comarcas de Écija, Osuna, Estepa y Montilla. En un principio, César sufrió una derrota, pero al fin pudo inclinar la balanza en su favor, combatiendo personalmente en medio de sus soldados. Tras la victoria sobre los pompeyanos al mando de Tito Labieno y los hijos del difunto Pompeyo el Grande, Cneo y Sexto, César confesaría que siempre había combatido por la gloria, pero que en Munda había tenido que luchar por su vida.
Esta batalla constituye el último enfrentamiento de la segunda guerra civil romana entre César y Pompeyo. Con el triunfo de Munda la República había desaparecido. Su victoria sin paliativos en Hispania fue determinante para la carrera política de César y le permitió regresar a Roma para ser investido como dictador perpetuo.
En Roma César buscó la instauración de un régimen nuevo, el Imperio, un sistema político flexible que le permitía gobernar como imperator o jefe supremo de los ejércitos, cónsul por diez años y dictador perpetuo. El Senado y las magistraturas quedaban sometidas a su arbitrio.
Un año más tarde, en el 44 a.C., Julio César sería asesinado a las puertas del Senado de Roma, en una conspiración alentada por el partido republicano, y su sobrino-nieto (nieto de una hermana) Cayo Julio César Octaviano, tras una breve lucha por el poder contra Marco Antonio, fue nombrado cónsul para, posteriormente, ir acumulando poderes que
finalmente conducirían a la agonizante república romana hasta el Imperio.

(Las guerras civiles romanas en Hispania)

lunes, 4 de febrero de 2019

Segunda guerra civil - César y Pompeyo frente a frente

Tras las guerras de Sertorio, Hispania quedó envuelta en la política, la cultura y los avatares romanos. Las tierras hispanas fueron decisivas en todas las confrontaciones entre los romanos antes de la conformación de su futuro Imperio.
Pompeyo
Cayo Julio César había nacido en el seno de una de las más antiguas familias del patriciado romano, los Julios. Fue educado esmeradamente con maestros griegos. Según la leyenda, su estirpe se remontaba hasta Iulo, hijo del príncipe troyano Eneas y nieto de la diosa Venus. El propio César llevó siempre a gala esta relación entre Iulo y su familia.
Con 19 años se alistó en las legiones de Minucio Termo para combatir en las campañas de Oriente. En Oriente César se había imbuido de la idea oriental y helenística de que solo un líder de estirpe divina podía gobernar el inmenso imperio. Tenía la nobleza y la preparación militar, pero sus ambiciones le pedían la gloria, que solo se podía alcanzar con campañas militares. La mayoría de los territorios estaban ya conquistados, y solo quedaba Hispania, con regiones aún no sometidas al yugo de Roma.
En el año 61 a.C., César fue nombrado pretor de Hispania Ulterior, donde acometió una rápida y exitosa campaña contra los celtas del noroeste peninsular y de Galicia, embarcando a continuación en las costas gallegas en una gran escuadra en la que viajó a Roma, haciendo escala en Cádiz.
César
En Roma obtuvo del Senado los honores del triunfo y del consulado y se convirtió en el imprescindible tercer hombre entre Craso y Pompeyo, con los que integró el triunvirato que rigió los destinos de la República. El Convenio de Luca (56) aseguraba ventajas para cada uno de sus componentes; pero respondía a un equilibrio inestable. En el año 55 los
triunviros acordaron repartirse el gobierno de las provincias: Craso obtuvo Asia, César las Galias y Pompeyo África e Hispania, donde contaba con numerosos partidarios. Poco a poco el poder se fue concentrando en una sola mano.
Craso murió durante una expedición contra los partos (53). La muerte de Craso puso en peligro la situación política de la República. A esto se vino a añadir la muerte de Julia, hija
de César y esposa de Pompeyo, con lo que se rompía el parentesco y la situación de equilibrio que habían mantenido ambos líderes: ni el suegro de estirpe divina, ni el yerno de reconocida fortuna, estaban dispuestos a renunciar a sus aspiraciones hegemónicas.
A lo largo de cuatro años, César y Pompeyo se enfrentarán en una lucha sin piedad por el poder en Roma. Esta guerra civil se desarrolló en todo el ámbito del mundo romano. Se combatió en Italia, Hispania, Grecia, Oriente y África.
Tras una larga guerra civil, César derrotaría a Pompeyo en la batalla de Farsalia y este sería asesinado por esbirros del faraón de Egipto. Tras derrotar nuevamente a los optimates en las batallas de Tapso y Munda, César quedó sin rivales políticos que le hicieran frente.
Una vez terminada la guerra con la victoria cesariana, Julio César convierte el Senado en una asamblea meramente consultiva e impone un nuevo orden a la antigua administración republicana. El vacío de poder creado por la repentina muerte del triunviro vencedor motiva a la creación del Segundo Triunvirato, que enterraría definitivamente al bando optimate y a la República romana.
En el año 62 a.C., regresó Pompeyo de una brillante campaña en Asia y licenció su ejército con la promesa de repartir tierras entre sus veteranos. Pero el Senado temía la poderosa influencia de Pompeyo y, ahora que estaba desarmado, anuló sus decisiones en Asia, así como las promesas hechas a sus veteranos y le negó el consulado que pretendía para
el siguiente año.
La labor política de Pompeyo es algo turbia. Nacido en el seno de una familia poderosa, fue partidario de Sila hasta la muerte del dictador. Como brazo derecho del Senado, luchó contra Lépido y Sertorio. Se alió luego con Craso y anuló la constitución de Sila. Contemporizó a la vez con el Senado y con el pueblo. Siempre le movió la vanidad, una
ambición sin límites y un afán de gloria personal. Fue uno de los romanos que con menos ideal político actuó. En materia de honores era de una susceptibilidad morbosa. Disgustado por la ingratitud del Senado, se alió con César, quien aprovechó el enfado de Pompeyo para repartirse con él el mando de la República. Los dos invitaron a Craso, la persona más rica de Roma, para que se uniera con ellos y formaron así el Primer Triunvirato (60-53 a. C.), el ejercicio del poder compartido por tres gobernantes: Gneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Marco Licinio Craso.
Los triunviros lograron que Publio Clodio Pulcro fuera electo tribuno de la plebe, dejando así indefenso al Senado, capitaneado entonces por los conservadores Marco Porcio Catón (Catón el Joven) y Marco Tulio Cicerón. La alianza entre los tres fue sellada con el matrimonio de Pompeyo con la hija de César.
Tiempo después Craso parte a gobernar la provincia romana de Asia Menor y muere en la Batalla de Carrhae. Julio César se hace conceder el mando de la Galia Cisalpina y de Iliria y se marcha a la Galia. Su intención era crear un ejército particular, adicto a su persona, como instrumento de sus futuras ambiciones políticas. Pompeyo se queda en Roma, donde el bando conservador del Senado le convence de la necesidad de eliminar a Julio César, al que le presumen ambiciones de hacerse coronar rey, lo que significa un peligro para la República romana.
La conquista de las Galias fue de gran trascendencia para Roma; la nueva provincia se convirtió en bastión del Imperio para contener por Occidente a los germanos y fue la base de la fortuna política y militar de César. La victoria romana en la guerra de las Galias brinda gran simpatía del pueblo romano hacia Julio César, por lo que el Senado, temiendo que César se apropie del poder, presiona a Pompeyo para que le haga regresar a Roma sin su ejército.
Entre el 7 y el 14 de enero de 49 a. C., César recibió la noticia de que el Senado había concedido poderes excepcionales a Pompeyo. César barrunta que una vez en Roma, podría ser juzgado y procesado por los delitos que le imputaban los optimates: Llevar a término guerras sin el permiso del Senado y reclutar más legiones de las permitidas. La tensión entre el Senado y Cayo Julio César, gobernador de las Galias, iba en aumento. La actitud obstruccionista del Senado contra el flamante conquistador de las Galias obligó a César a tomar el camino de las armas. Tras arengar a sus tropas con la célebre frase “Alea iacta es” (‘la suerte está echada’), cruzó la noche del 11 al 12 de enero del año 49 a. C., con la legión XIII Gemina, el río Rubicón, frontera entre su provincia de la Galia Cisalpina
e Italia, y marcha sobre Roma. La Segunda Guerra Civil de la República romana había comenzado. Pompeyo disponía de recursos mucho más numerosos que los de César y el Senado le había otorgado todos los poderes, pero César comandaba un ejército personal que seguía ciegamente a su jefe