sábado, 26 de enero de 2019

Revuelta de Sertorio en Hispania

Sertorio era un miembro activo del gobierno de Cinna. A la muerte de Mario, Cinna veía a Quinto Sertorio como una poderosa amenaza para sus intereses  hegemónicos, por lo que le envió a Hispania, ofreciéndole la prefectura de la Hispania Citerior y, al tiempo, despejándose el camino de un posible rival demasiado poderoso. Quinto Sertorio era partidario de los populares y había sido antiguo colega de Cayo Mario. Sertorio viajó a España en calidad de pretor.
Cuando Sila se apodera del poder en Roma, nombra a Gayo Valerio Flaco como gobernador de la Citerior, por lo que Sertorio se convirtió en un rebelde que dirigió la lucha contra el dictador en las llamadas Guerras Sertorianas. Sila decretó la proscripción de cuantos habían sido partidarios de Mario y en la lista de los proscriptos figuraba el patricio Quinto Sertorio.
Sertorio era un hombre de gran talento, gran organizador y valiente hasta la temeridad, lo que le granjeó la simpatía de los Hispanos, que tanta rebeldía y heroísmo habían demostrado en la lucha contra la invasión romana. Celtiberia se alzó en masa contra el la roma senatorial y se puso al lado de Sertorio. Quinto Sertorio cruzó los Pirineos el año 83 a.C. y pronto vio que Hispania era un lugar idóneo para reconquistar el poder en Roma. No podía contar con el partido popular, prácticamente agotado, sino únicamente con sus  propias fuerzas. El lugarteniente de Sila en la Península había huido del país, acosado por la actitud hostil de los naturales.
La base principal de Sertorio era la región del Alto Ebro: Calagurris (actual Calahorra, en La Rioja), poblada por celtíberos; Osca (Huesca) e Ilerda (Lérida), territorio de los íberos ilergetes. También tenía un fuerte apoyo en toda la zona costera alrededor de la capital provincial Tarraco (Tarragona). Sertorio debió reconciliarse con los celtíberos, que le prestaron su apoyo. Esta adhesión despertaría los recelos de los vascones, que rivalizaban con los celtíberos por la posesión del Valle del Ebro, y que anteriormente habían disfrutado del favor romano. Aliados los celtíberos con Sertorio, los vascones apoyarían a sus rivales.
Sertorio sabía que no obtendría refuerzos de Roma para su causa y que los únicos apoyos de que disponía eran lo que pudiera recabar de los pueblos hispanos, a los que le unía una natural simpatía y con los que se sentía plenamente identificado en las luchas que habían mantenido contra los invasores romanos. Sertorio conocía la institución de la devotio ibérica, sistema de estrechos vínculos de fidelidad a los líderes guerreros, que se establecía entre los jefes y los soldados, basado en la justicia y la dignidad. Era pacto de solidaridad y mutua protección que se establecía entre los contrayentes. Sertorio supo ganarse la confianza de unos pueblos a los que conocía bien y apreciaba, para llevar
adelante su causa. Reunió a algunos colonos romanos y a muchos celtíberos que lo aclamaron como a uno de sus caudillos, logró aglutinar un ejército. Los hispanos vieron en Sertorio la última oportunidad para hacer frente a Roma. Sertorio pronto adquirió una gran popularidad por sus reformas sociales que mejoraban la vida de los hispanos.
Cuando en Roma Sila se proclamó dictador, Sertorio se erigió en el defensor del partido popular y comenzó a tomar Hispania como base desde donde luchar contra los opresores. Organizó un ejército al que se unieron numerosos proscriptos de todas partes. Con ellos organizó un Senado, impulsó la romanización de Hispania y se atrajo a los naturales con acertadas medidas. Sertorio no quería separar Hispania de Roma, sino organizar desde Hispania la conquista de Italia y la derrota de la aristocracia. Se presentaba como el legítimo gobierno de Roma y todos los populares de la República veían en él como su única esperanza. Perpenna le llevó el resto de los ejércitos del derrotado Lépido.
Las aspiraciones de Sertorio de conquistar Roma desde Hispania le convirtieron en objetivo número uno a eliminar por los optimates, quienes empezaron por proscribirlo de la República, lo cual sería la causa de un largo periodo de luchas en Hispania entre los partidarios de Sila y los de Sertorio, lo que provocó el fuerte aumento de tropas romanas en la península.
Sertorio se convirtió en organizador de las incursiones de los lusitanos contra Roma, logró apoderarse de la mayor parte del territorio peninsular y estableció la capital "de la nueva Roma" en Osca (la íbera Bolscan, actual Huesca).
Ante estas conquistas de Sertorio, Sila decide nombrar a Quinto Cecilio Metelo procónsul de la Hispania Ulterior donde llegó con dos legiones en torno al año 79 a. C. Funda Castra Cecilia (Cáceres) y Metellinum (Medellín, Badajoz), ampliando la futura Vía de la Plata.
Metelo consiguió algunas victorias, pero no logró derrotar a Sertorio, que conocía mejor la orografía peninsular y había aprendido de los pueblos celtíberos y lusitanos la táctica de la guerrilla. Tras múltiples batallas contra el hábil Sertorio, las tropas de Metelo estaban agotadas. El Senado retiró a Metelo y envío a Hispania al joven y prestigioso militar
Pompeyo, famoso por haber vencido a Lépido.
El plan militar de Pompeyo consistía en penetrar en Hispania por la costa levantina y realizar una acción de pinza con el ejército de Metelo sobre las tropas sertorianas, pero sus tropas, no habituadas a la lucha de guerrillas de los celtíberos, sufrieron un tremendo desastre ante Lauro. La derrota extendió el prestigio de Sertorio.
Pronto Pompeyo logra unir sus tropas con las de Metelo y así nivelar la lucha contra Sertorio. El equilibrio entre ambos contendientes quedaba restablecido con la derrota del lugarteniente de Sertorio, Hirtuleyo, en Itálica a manos de Metelo. La guerra se prolongó durante varios años. Las continuas luchas fueron desgastando los ánimos de los
contendientes: los pueblos hispanos se habían cansado de tantos años de guerras. Los indígenas, el principal apoyo de su ejército, ya no le profesaban fidelidad; ellos luchaban contra Roma y no entendían de partidos ni facciones. A la deserción de los hispanos se sumó el desánimo de los romanos exiliados que acompañaban a Sertorio. Roma les
ofrecía ahora el perdón y la rehabilitación social y estaba dispuesta a olvidar el pasado.
Sertorio se había quedado solo, se fue volviendo desconfiado, lo que agrió su carácter y le dio un tinte de crueldad que llegó a que su lugarteniente Perpenna urdiera una conspiración contra él y lo asesinara en el año 72 a.C. en un banquete celebrado en Osca (Huesca). Así terminaban ocho años de combates, muerte y desolación, que dejaban una Hispania destrozada.
El propio Perpenna asumió el liderazgo del régimen rebelde, pero las tropas de Sertorio, sin el apoyo moral del jefe, fueron aplastadas pocos meses más tarde por Pompeyo. El gran beneficiado políticamente de la victoria sobre Sertorio no será Metelo, que tanto había luchado contra Sertorio, sino Pompeyo. En el 72 a.C. cesa en Hispania la resistencia
contra los ejércitos senatoriales romanos y Pompeyo se dedicó a pacificar la provincia Citerior, que estaba bajo su mando y a influir sobre la Ulterior. Concedió la ciudadanía romana a todos los pueblos hispanos que que había estado del lado de los intereses de la República romana.
Los vascones, o una parte de ellos, habían concertado una alianza con Pompeyo, quien para reponer sus fuerzas se retiró a territorio vascón, donde fundó, en el 77 a.C., la ciudad de Pompaelo (actual Pamplona), quizá sobre una aldea preexistente. La primera vez que se menciona a los vascones será por la campaña de Pompeyo contra Sertorio en el
noreste peninsular.
Diversas ciudades peninsulares se sometieron a Pompeyo, entre ellas Osca (Huesca), así como los vascones leales a Sertorio. Pero Tiermes, Uxama (Osma), Clunia y Calagurris se resistieron hasta que fueron tomadas por los legionarios romanos. La mayoría de los prófugos sertorianos huyeron a Mauritania o se unieron a los piratas cilicios.
El año 71 a.C., Pompeyo se retira de Hispania con su ejército y vuelve a Italia en el momento en que los restos del ejército de Espartaco intentan salir de Italia tras la revuelta de Espartaco (73-71). Roma recibe al orgulloso general como un héroe.
El Senado romano iba perdiendo autoridad y fuerza política. En el ambiente flotaba la sensación de estar ante un cambio de rumbo en la política romana: el Senado iría perdiendo autoridad ante individuos carismáticos capaces, con sus hazañas militares, de aglutinar la lealtad de varias legiones.

(Las guerras civiles romanas en Hispania)

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