jueves, 19 de febrero de 2015

Las calzadas romanas

 
Una de las grandes bases que contribuyeron al engrandecimiento y mantenimiento del Imperio Romano fueron las calzadas o vías de comunicación. Por su gran valor arquitectónico, militar, políti­co, económico y civilizador constituyeron una de las obras de más trascendencia emprendidas por los romanos. Gracias a ellos nuestra Península vio convertirse unos caminos y pistas deficientes en mag­níficas calzadas de buen firme con sus correspondientes puentes para salvar vaguadas y depresiones. En nuestros días no resulta en ocasiones sencillo el reconocimiento de estas vías por todos los avatares que han sufrido a lo largo de casi veinte siglos de uso, abandono, reutilización, aprovecha­miento como cantera, parcheo y recebo.
Cuando la calzada reúne todos sus requisitos, sobre todo en la época de mayor esplendor impe­rial, lo normal es que tenga un ancho de cinco a seis metros, con sus correspondientes aceras o arce­nes, suficiente para que dos carruajes pudieran cruzarse sin ningún peligro, y con un firme de hasta un metro de espesor, con su «statumen» (cimientos de piedra) al que se superponen el «rudus» (capa de cascajo), el «nucleus» (capa de grava) y, por último, la «summa crusta» o «summun dorsum» (em­pedrado de grandes losas irregulares con una sección total ligeramente abombada y peraltada. Pero esta modélica estructura pluriestratificada debió ser privativa de escasos lugares y de las grandes vías más importantes que comunicaban los principales municipios o colonias. Lo normal eran vías de ela­boración menor y menos complicada, predominando las «terrenae» sobre las «glarea straiae» o «síli­ce stratae». las auténticas calzadas de piedras.
Considerando que la arqueología tiene aún mucho que decir al respecto, hemos de citar dos as­pectos morfológicos que posibilitan en cierta medida la identificación de estas vías. Uno es el de las llamadas «sendas encajadas», que suelen estar en conexión con yacimientos romanos y consisten en alineamientos encajados en el terreno con las pendientes atenuadas. El otro, más conocido, suele ser el utilizado por la conocida escuela británica y se refiere a los caminos caracterizados por un alomamiento resultado de la preservación del «agger» o firme principal a base de camas de guijarros apelmazados con gravilla; predominan en zonas donde el relieve es de grandes superficies abiertas y el terreno escasamente rocoso, Excepcionalmente se ha empleado también en la identificación el criterio de las improntas o marcas de las ruedas de los vehículos allá donde han podido rastrearse, pero siempre teniendo sumo cuidado en diferenciar las de los carruajes romanos de las de los medievales.
La fuente más importante para el conocimiento de esta tupida red de vías de comunicación es eI «Itinerario de Antonio» a pesar de tratarse de una relación muy sumaria de estaciones y distancias, reducida tal vez a las vías de interés militar de la época pues omite un número mucho mayor de otras cuya existencia es segura y nos consta por sus vestigios, por los puentes que facilitaban su trazado y por los mojones o columnas.




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