Cuando la calzada reúne
todos sus requisitos, sobre todo en la época de mayor esplendor imperial, lo
normal es que tenga un ancho de cinco a seis metros, con sus correspondientes
aceras o arcenes, suficiente para que dos carruajes pudieran cruzarse sin
ningún peligro, y con un firme de hasta un metro de espesor, con su «statumen» (cimientos de piedra) al que
se superponen el «rudus» (capa de
cascajo), el «nucleus» (capa de
grava) y, por último, la «summa crusta»
o «summun dorsum» (empedrado de
grandes losas irregulares con una sección total ligeramente abombada y
peraltada. Pero esta modélica estructura pluriestratificada debió ser privativa
de escasos lugares y de las grandes vías más importantes que comunicaban los
principales municipios o colonias. Lo normal eran vías de elaboración menor y
menos complicada, predominando las «terrenae»
sobre las «glarea straiae» o «sílice stratae». las auténticas
calzadas de piedras.
Considerando que la
arqueología tiene aún mucho que decir al respecto, hemos de citar dos aspectos
morfológicos que posibilitan en cierta medida la identificación de estas vías.
Uno es el de las llamadas «sendas encajadas», que suelen estar en conexión con
yacimientos romanos y consisten en alineamientos encajados en el terreno con las
pendientes atenuadas. El otro, más conocido, suele ser el utilizado por la
conocida escuela británica y se refiere a los caminos caracterizados por un
alomamiento resultado de la preservación del «agger» o firme principal a base de camas de guijarros apelmazados
con gravilla; predominan en zonas donde el relieve es de grandes superficies
abiertas y el terreno escasamente rocoso, Excepcionalmente se ha empleado
también en la identificación el criterio de las improntas o marcas de las ruedas
de los vehículos allá donde han podido rastrearse, pero siempre teniendo sumo
cuidado en diferenciar las de los carruajes romanos de las de los medievales.
La fuente más
importante para el conocimiento de esta tupida red de vías de comunicación es eI
«Itinerario de Antonio» a pesar de
tratarse de una relación muy sumaria de estaciones y distancias, reducida tal
vez a las vías de interés militar de la época pues omite un número mucho mayor
de otras cuya existencia es segura y nos consta por sus vestigios, por los
puentes que facilitaban su trazado y por los mojones o columnas.
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