Es probable que en el lugar en el que se asentó finalmente Augusta Emerita existiera previamente una pequeña ciudad, también romana, pero lo cierto es que en el año 25 a.C. el Emperador Octavio Augusto ordenó fundar la Colonia Iulia Augusta Emerita, en la que se asentarán los militares veteranos (eméritos) de las legiones V Alaudae y X Gemina tras las victorias frente los cántabros en el norte de la Península.
La ubicación era perfecta. Se situó al margen del río Anas (Guadiana) junto a la desembocadura del río Albarregas, una zona vadeable del Guadiana con una isla central que facilitaba la construcción de puentes y que se convertía en paso casi obligatorio entre el la Bética y el norte de Hispania.
El Puente Romano de Mérida sobre el río Guadiana (hay otro puente romano más pequeño sobre el Albarregas) marcó el trazado de la ciudad, ya que se hizo coincidir con el Decumanus Maximus, y debió ser una arteria con un importante tráfico de mercancías y personas.
Además, en las proximidades existían manantiales de agua, materias primas de construcción, tierras productivas para la agricultura, bosques...
El crecimiento de Augusta Emerita fue importantísimo, pasando en muy poco tiempo (aproximadamente en el 15a.C.) a ser la capital de la Lusitania, una de las tres provincias en que se dividía a la Hispania Romana. Y posteriormente, durante el reinado del emperador Diocleciano, llegó a convertirse en la capital de la Diocesis Hispaniarum, que agrupaba los territorios de la península y una parte del norte de África.
El legado romano en la ciudad de Mérida es impresionante y merece ser visitado: el Teatro y el Anfiteatro, el Circo, los acueductos, el puente sobre el Guadiana, la Casa del Mitreo, el Arco de Trajano, el Templo de Diana... y cientos de lugares en los que se puede apreciar el esplendor de la antigua Augusta Emerita.
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