Las Islas Canarias servían como límite entre el mundo real y el irreal, la frontera tras la cual empezaba lo desconocido y lo mitológico, pero hacia las cuales viajaban con frecuencia navegantes hispanos. Se tienen noticias de viajes cartagineses y de algún intento de colonización, así como del re- descubrimiento de las islas de manos de pescadores y comerciantes gaditanos que navegaban con frecuencia por sus aguas llevándoles a reconocer en las islas la fábula griega de la Isla de los Afortunados en la que, o al menos así los afirma Estrabón «...hoy reconocemos algunas de las islas situadas no lejos de los extremos de la Maurosía, frente a Gades...»?*. El hecho de que se atribuya una localización geográfica real a las Islas de los Afortunados no es exclusivo del geógrafo griego; otro geógrafo, pero en este caso romano, Pomponio Mela, las menciona y afirma que estaban poco pobladas por gentes poco civilizadas a las que describe del siguiente modo: «...frente a la costa están las islas de los afortunados, cuyo suelo produce de forma espontánea una gran cantidad de frutos, que crecen sin cesar y sirven de alimento a sus tranquilos habitantes, que son más felices que los que viven en lujosas ciudades...»?*”. Otra mención interesante al respecto es la que nos ofrece Plutarco al hablarnos de Sertorio*! del que nos cuenta que en el año 81 a.C. recibe noticias de marineros del Sur de Hispania (gaditanos probablemente) que viajan con frecuencia a las Islas de los Afortunados, lo que despierta en este personaje un profundo deseo de retirarse allí, lejos de la vida ajetreada, de las luchas y las conspiraciones.
Otro intento de época romana por explorar las isla fue el que llevó a cabo el Rey luba ll de Mauritania??, personaje de gran cultura que a buen seguro conocía el Periplo de Hannon y las especulaciones griegas sobre los orígenes del Nilo. No es de extrañar que enviara dos expediciones exploratorias, unas al Atlas, donde creyó localizar los orígenes del Nilo, y la otra a las citadas Islas Canarias, cuyo informe nos llega resumido de la mano de Plinio*. En él se mencionan individualmente las islas: Ombrion, que tenía montes y árboles, pero no habitantes; lunonia, que contaba con un pequeño templo de piedra; Capraria, más pequeña y poblada por lagartos de gran tamaño; Ninguaria, con una montaña siempre cubierta por nubes y nieves perpetuas (sin duda habla del Teide)**; y Canarias, así llamada por los perros de gran tamaño de los que según el relato le llevaron dos a luba, y en la que había abundantes vestigios de construcción. Sobre el conjunto de las islas afirma: «... Todas estas ¡islas tienen en abundancia árboles frutales, y pájaros de toda clase, además de ser numerosas las piñas y las palmeras datileras. Hay también gran cantidad de mief'*?, y en los ríos crece el papiro y hay siluros...». Con esta des- cripción no es de extrañar que en época romana se intentara mantener una vía abierta para el comercio con unas islas tan ricas en materias primas.
existe un yacimiento estacional romano en la isla de Lobos, donde los romanos iban a por la púrpura, por cierto Juba era un rey vasayo de los romanos y cartografió las islas, cosa que se ha podido comprobar.
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