martes, 12 de enero de 2021

La conquista Romana de la Península - Capítulo 6


La guerra civil en Hispania entre César y Pompeyo (49-44 a. C.)
A partir de la segunda mitad del siglo I a. C., los acontecimientos que se suceden en la península fueron ya un fiel reflejo de las tensiones y eventos de la política romana. La Península estaba preparada para jugar su papel en este periodo histórico. Son nuestras principales fuentes Apiano, Plutarco, Dion Casio y Livio. 

Pompeyo supo aprovechar su éxito en la guerra sertoriana. No  sólo sometió a los rebeldes a Roma, sino que consiguió reforzar en la península el poder personal, político y militar que ya había alcanzado en Sicilia, África, y Galia.  Tal vez, Pompeyo aprendió la lección de Sertorio y utilizó la fidelidad de los indígenas hispanos. Concedió la ciudadanía romana a personas influyentes de su nobleza, atrayéndoles a su causa, como la poderosa familia de los Balbos en  Gades. Las concesiones de ciudadanía de Pompeyo fueron sancionadas por la “Lex Gellia –Cornelia”. Premió la lealtad de todas las tribus de Celtiberia que fueron recompensadas con repartos de tierras, que vieron ampliados notablemente sus territorios, contando con la protección política y militar de Roma, gracias al patrocinio de Pompeyo que lograba así aumentar considerablemente su clientela en la Península. Esta relación entre patrono y cliente obligaba al apoyo  político y militar de los indígenas a Pompeyo, quien a su vez, se comprometía a defender su causa en la propia metrópoli. 

Cuando en la primavera del año 71, marchaba a Roma , levantó un trofeo con su estatua en el paso pirenaico de Perthus, como símbolo del gran poder que dejaba en ella, tanto militar, contando con 7 legiones, como de prestigio personal, al disponer de una considerable clientela y partidarios entre la población indígena, como nos narran Salustio y Dion Casio. César, líder de los populares, fue quien tuvo que enfrentarse al enorme poder que había adquirido Pompeyo. 

Las ambiciones de César eran similares a las de Pompeyo.  No  perdió el tiempo y aprovechó su estancia en la Península primero como cuestor en el año 69 y después como gobernador de la provincia Ulterior en el año 61 a. C. Desplegó su actividad y su indudable habilidad política. Utilizó los mismos recursos que su rival en la Península para conseguir los medios necesarios tanto materiales como humanos. Atrajo a su causa a provinciales e indígenas, mediante relaciones de clientela, logradas tras solucionar conflictos internos, establecer medidas fiscales y repartos de tierra a los soldados licenciados. Incluso alcanzó el prestigio del triunfo, (aclamado “imperator” por su ejército), en el año 68 a. C., en una campaña militar, de pacificación en la zona de Lusitania situada entre los ríos  Tajo y Duero, en el extremo noroccidental de la provincia, ya en territorio galaico, tomando la ciudad de  Brigantium (A Coruña). 

Esta victoria supuso la sumisión definitiva de estos pueblos César supo aprovechar el momento difícil que atravesaba Pompeyo en abierto conflicto con el Senado. Ambos, junto con Craso, el hombre más rico de Roma, lograron un acuerdo, en la “Conferencia de Lucca”, en el año 56 a. C., para evitar que las tensiones entre ellos acabasen con este pacto, repartiéndose el dominio sobre las provincias del Imperio (Primer Triunvirato). 

Tres años más tarde, el Senado dictó una ley sobre las magistraturas que perjudicaba directamente a César y le dejaba fuera del juego político. La respuesta de César fue contundente. Fue la península ibérica el centro del conflicto donde cesarianos y pompeyanos tendrían que jugar la baza decisiva para alcanzar el poder. 

La concentración de una gran fuerza militar (7 legiones de Pompeyo y 6 de César) demuestran la magnitud de las operaciones. El  ejército de Pompeyo estaba bajo el mando de sus tres legados: Afranio, Petreyo y  Varrón. 

Pero  el genio militar de César consiguió que Hispania pasara a su esfera política con pocas operaciones militares (Campaña de Ilerda), y en un corto espacio de tiempo, entre el 49 al 47 a. C.  

Vencido Pompeyo, César procedió a la total pacificación con otro tipo de acciones convincentes, ya utilizadas: concesiones de ciudadanía, reducción de cargas fiscales y la devolución de las riquezas confiscadas al famoso templo de Hércules-Melqart en  Gades, donando a esta ciudad el título de  municipium. 

Dejó dos gobernadores: Q. Casio Longino en la Ulterior y M. Lépido en la Citerior. La mala gestión de este último predispuso sin duda a que afloraran de nuevo las tendencias pompeyanas.  

Ya  en el 48, Longino sufrió una dura rebelión sofocada por la oportuna intervención de Lépido. Fue destituido por C.  Trebonio, pero el estallido de la guerra volvía a aparecer, esta vez dirigidos por su hijo mayor Cneo y su hermano Sexto Pompeyo, que encontraron considerables apoyos en la Ulterior. 

Esta segunda parte de la guerra fue más dura y difícil por la envergadura de los ejércitos. Los familiares de Pompeyo lograron reunir 11 legiones, gran parte de ellas compuestas por hispanorromanos. 

Además, la rivalidad entre partidarios de uno y otro bando se extendía incluso dentro de las ciudades. De  nuevo se impuso el genio militar de César, que venció a los pompeyanos en la batalla de  Munda (cerca de Osuna) batalla que, aunque decisiva, no terminó con la resistencia de los pompeyanos.  

Todavía se tardaría un tiempo someter a las ciudades, donde hubo crueles represalias entre los partidarios del partido pompeyano en la Bética (Ulva, Astigi,  Corduba,  Hispalis,  Cart eia,  Gades,  Urso...). 

Cneo Pompeyo murió en los enfrentamientos. Sexto Pompeyo logró refugiarse entre los indígenas celtíberos clientes de su hermano y mantuvo su rebeldía durante un tiempo. La intervención del gobernador de la Citerior, Lépido intentó mantener el orden en Hispania. 

Sólo con la amnistía concedida por el Senado que le permitió volver a la vida política romana, acabó con la actividad de este último pompeyano. El  periodo comprendido entre el asesinato de César (44 a. C.) y la batalla de  Actium, que consolidó en principado de Augusto en el 31 a. C., Hispania estuvo sucesivamente bajo el control de los tres triunviros Lépido, Marco Antonio y Octavio. 

A diferencia del Primer  Triunvirato no se desarrolló en la Península ninguno de los grandes enfrentamientos entre ellos y durante este periodo, sólo los han llegado testimonios referentes a rebeliones y revueltas de lusitanos o acciones de bandidaje por Sierra Morena, sofocadas por Asinio Polión, Domicio Calvino o el propio Lépido. Aunque éstas no debieron tener demasiada importancia, proporcionaron que muchos de los gobernadores celebraran el triunfo en Roma. 

Con la llegada de Augusto al poder como primer emperador de Roma, tuvo lugar otro ciclo de guerras, con el que terminaría la dominación romana en Hispania.

Pilar Fernández Uriel 

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