Muy frecuentemente las inscripciones funerarias aluden al trabajo de la lana realizado por la difunta (lanifica), pero con un carácter demostrativo de su condición de buena mujer del hogar más que como trabajadora. Realmente los dos aspectos debían de unirse en muchas ocasiones. Tal es el caso de Caesia Celsa, una mujer de sesenta y cinco años, preclara en el trabajo de la lana, fiel, educada en la piedad. La quasillaria (apelativo de la mujer que hila profesionalmente), aparece siempre en femenino. La especialista en el hilado del lino es la lintearia. La Fulvia lintearia de Tarraco (hacia el cambio de Era, inscripción hoy desaparecida) presentaba un epígrafe en ibérico sobre su nombre.
En algunas ocasiones la iconografía es mucho más descriptiva que una inscripción para ciertos aspectos del trabajo antiguo. Éste es uno de esos casos. El fragmento de cerámica de Liria puede introducirnos en el tema de las formas de hilar. El gesto no necesita palabras para indicarnos que la mujer sentada sobre un barroco sillón ha terminado de llenar el huso. El hilo que debería unir la rueca (instrumento en el que se amontonan las fibras que van a ser hiladas) y el huso (donde se enrolla el hilo ya hecho) no existe. La escena representa pues ese momento final que exige el vaciado del huso para formar primero una madeja, y luego un ovillo con el que trabajará sentada enfrente. No queremos entrar en la lectura mítica del tema y pensar que estamos ante una suerte de Parca representada en esta imagen ibérica del s. m a.C. Aquí comparece una escena de gineceo, pese a cualquier otro mensaje que se nos escapa.
Cuando Ovidio describe a Lucrecia hilando en su hogar, rodeada de sirvientas, ofrece el detalle curioso de que lo hacen con luz artificial. No hacía falta mucha luz para las diestras manos de la hilandera. Se hilaba durante todo el día, en los momentos que se podía. El ocio femenino no era una actitud digna. Contrariamente a lo que se decía del ocio del hombre (ese otium cum dignitate que le permitía pensar y planear sus jugadas políticas), las manos femeninas no debían estar quietas mucho rato. La costumbre creaba tal habilidad que muchas mujeres hilaban caminando, hacia la fuente o hacia los campos. La superstición obligó a prohibir esta costumbre, para evitar males en las cosechas. Seguramente la mujer también ayudaba en las labores previas de la preparación de las fibras para hilar. El Digesto cita varias veces a las esclavas lanificae de las haciendas, que confeccionaban paños para la familia rustica. En cualquier caso, se trataba de producciones que llegaron a ser controladas en cuanto a su precio.
Varios son los instrumenta textilia que nos hablan del trabajo de la hilandera. Son abundantes las fusayolas, o pesillos del huso, que pertenecen a la época anterior a la romanización (entre los iberos, celtíberos, galaicos, y otros pueblos de la península); algunas de ellas destacan por sus inscripciones. Recientes estudios lingüísticos sugieren que las anotaciones escritas sobre ellos podrían indicar antropónimos, marcas de producción o de autoría, o indicar el propio nombre del instrumento. Para época romana tenemos también tipos muy variados de pesillos de husos, algunos con inscripción. La fabricación de las fusayolas exige una especialización, un trabajo cuidadoso para dotar a la pieza de una buena regularidad de giro, indispensable para obtener un hilo regular.Conservamos también ejemplares mucho más sofisticados de husos completos, de hueso o marfil, pertenecientes al período romano, extendidos por todo el Imperio, así como restos de ruecas de fuste articulado (Museo de la Ciudad de Barcelona, por ejemplo). Todos estos objetos son indicio de un trabajo femenino muy extendido, ejercido un poco por todas partes. El huso y la rueca se convirtieron en los signos externos de la feminidad y están presentes en muchas de nuestras esculturas y representaciones de todo tipo.
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