Tarraco fue de facto capital del Impero Romano durante dos años, razón de la abundancia de hallazgos en un radio de 10 kilómetros en torno a la actual Tarragona, muchas veces afectados por el auge de vías de comunicación. Aprovechamos para ver, junto a la N-340, la torre de los Escipiones, que no es sino una tumba del siglo I. Si seguimos hacia el norte cruzamos la autopista AP-7, giramos entre los pinos por el primer desvío antes de entrar a pie al área de servicio, donde se ha habilitado un centro de interpretación. Detrás de la gasolinera arranca una suerte de Via Appia de 800 metros hasta la pedrera (cantera) del Mèdol, responsable del tono dorado de los principales monumentos de la ciudad catalana. El vaciado de unos 50.000 metros cúbicos de piedra calcárea ha diseñado un paisaje y hasta un microclima insólito, con una aguja de 16 metros que es fiel testigo de la altura original del sitio.
Una red de miradores rodea en altura este hoyo (con llegar a los cuatro primeros es suficiente).
El País
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