A diferencia de lo que ocurre con otras ciudades hispanorromanas, jamás han existido dudas acerca de la identidad de los restos que vas a ver. Además de pervivir el nombre de la antigua Valeria en el del pueblo actual, algunas inscripciones aluden a la Respublica Valeriensis. Ptolomeo la citó entre las ciudades de la Celtiberia y Plinio como una ciudad privilegiada, de derecho latino viejo y perteneciente al conventus carthaginensis.
La ciudad, centro administrativo, político y religioso de un amplio territorio, el territorium valeriense, fue fundada por Gaius Valerius Flaccus sobre el año 90 a. C., aunque con Augusto arrancó la monumentalización del lugar, acorde con su nuevo estatuto municipal y con la política romanizadora de Estado romano. Tras un próspero siglo I, la ciudad pasó por distintas etapas más o menos prósperas hasta el siglo IV, después, con la desaparición del poder romano, la sede episcopal visigoda heredó y administró el antiguo territorio, ahora como sede episcopal.
La consecuencia de edificar una ciudad romana en un terreno tan abrupto, con lo que conllevaba de dotación de infraestructuras, organización urbanística regular, preparación del suelo etc., dio lugar a una urbe de destacada originalidad.
En la actualidad podemos ver su foro, aunque mejor habría que decir los foros, puesto que sobre el republicano, en proceso de excavación, se edificó el imperial. El foro, una gran plaza porticada rodeada de oficios públicos que constituía el centro político y administrativo de la ciudad y su territorio, se erigió en el centro de la urbe. Gracias a la concepción helenística del mismo, se obtuvo una escenografía impresionante mediante un ingenioso aprovechamiento ingenioso del espacio. En torno al foro podemos ver la basílica, un templo dedicado al culto al emperador, tabernae (tiendas, talleres, almacenes etc.) y, sobre todo, el ninfeo. Es este el edifico más representativo de Valeria, un muro de contención de 105 metros de longitud, con tabernae a sus pies, y que se habilitó como fuente ornamental, siendo la mayor de las conservadas del Imperio Romano. Aunque actualmente se encuentra desprovista de toda ornamentación, todavía se entrevé la imagen teatral de este conjunto dedicado a las ninfas, diosas de las aguas y los bosques.
Si los edificios públicos se adaptan de forma hábil a la topografía arriscada e irregular, el urbanismo privado hubo de adoptar soluciones similares. Las casas se adaptaron a las laderas y a los bordes de la hoz, dando lugar a una arquitectura vertical y abigarrada en el primer caso, y arriesgada en el segundo, con la edificación de ‘casas colgadas’, claro precedente de las más conocidas de la vecina Cuenca. En estas últimas, para obtener la distribución típica de la domus romana, a la vez que un mayor aprovechamiento del espacio, se valieron de soluciones como volar al vacío de la hoz parte de su estructura o adaptar el suelo rocoso. Así, el urbanismo romano más desarrollado se adaptó a la difícil orografía valeriense por medio de soluciones locales de raíz indígena.
También es de destacar el abastecimiento hidráulico, con cuatro grandes cisternas situadas bajo la plaza del foro, y otras más reducidas que se distribuyen por toda la ciudad.
A lo largo del recorrido se encuentran además vestigios medievales como las ruinas de una ermita o de la muralla que cercó el asentamiento este núcleo repoblador.
El excepcional paisaje que rodea la ciudad, y que mantiene un aspecto similar al que vieron los valerienses del siglo I, contribuye al disfrute de un agradable recorrido que podemos prolongar por las hoces que rodean la ciudad.
Ayuntamiento
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