CATÓN EN LA PENÍNSULA
A pesar de que las fuentes nos cuentan las riquezas que los pretores llevaban a Roma, (Apiano, Livio, completadas con Plutarco), los acontecimientos que siguieron no debieron ser muy favorables, pues pronto se produjo una rebelión en el valle del Guadalquivir, dirigida por dos régulos: Culchas, que según las fuentes dominaba sobre 17 ciudades, y Luxinios, rey de Carmo y Bardo, entre otras poblaciones. A ellas se añadieron ciudades fenicias como Malaca y Sexi y los habitantes de la región comprendida entre el Guadiana y el Guadalquivir (Baeturia). De ello se deduce el inestable pacto con los indígenas y la brutal explotación continua de Roma.
En el año 196 a. C., resueltos los problemas en Oriente, el Senado decidió enviar uno de los cónsules del año 195 a. C.: M. Porcio Catón. Su desembarco en Rhode (Rosas) y el formidable despliegue de las tropas romanas hacia Tarraco debió de causar tal impresión a los indígenas que esto fue suficiente para su sumisión. Solo una ciudad, Segestica, de ubicación aún desconocida, se resistió y fue sitiada y tomada.
Casi toda la obra de Catón se centró en la provincia Citerior. Cita Livio como operaciones militares, la toma de Seguntia (Sigüenza) y acciones de castigo en torno a Numantia. Más tarde tomó la ciudad de Bergio. Terminado su año de consulado, volvió a Roma donde le fue concedido el triunfo. Llevó consigo una riqueza tal al tesoro público como no había logrado ningún gobernador hasta la fecha.
Su sucesor, Tibero Sempronio Graco desarrolló un eficiente sistema de pacificación, fundamentado en tratados y alianzas con las comunidades indígenas. Estableció el pago de un tributo anual. Llevó a cabo una política de distribución de tierras entre sus gentes y pactó la posibilidad de su incorporación en el ejército como tropas auxiliares. Sin duda alcanzó el saldo positivo de lograr treinta años de cierta paz en las provincias hispanas. Sin embargo, la postura intransigente y de saqueo de Roma, agravada por los problemas sociales y la pobreza de muchos sectores indígenas, desembocó en un nuevo periodo de guerra aún más largo y penoso: las guerras celtibero-lusitanas.
Pilar Fernández Uriel
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