En la sociedad hispanoromana el principal cometido de la mujer libre era traer hijos a la familia y cuidarlos debidamente, educarlos en la tradición familiar. El niño es casi un juguete al que se le llama cariñosamente pupus o pupa.
Uno de los oficios de mujer al cuidado de la infancia es el de su alimentación. En la primera infancia no sobrevivirían los niños que no recibieran leche materna. A veces la madre es sustituida en esta función, por razones de salud, muerte o conveniencias sociales. El ama de cría y el ama seca son dos figuras muchas veces citadas por los escritores antiguos como ayudantes inestimables en la crianza de los hijos de la clase alta. Plutarco dice que eran famosas las amas lacedemonias, por su carácter recto y sus sistemas de educación. En ocasiones se aconseja que esa función la ejerza la madre, pero no es lo habitual.
Sorano expone cuidadosamente las exigencias del oficio de nutrix. Se buscan siempre las mejores cualidades morales y físicas, la limpieza y la honradez absoluta. Debía de tratarse de una actividad muy extendida por todas las provincias, porque las inscripciones dedicadas a estas mujeres son muy numerosas en proporción a los otros oficios. En su relación con los hijos de la familia se creaban lazos casi filiales, que hacían que la muerte de esta profesional fuera un momento doloroso para todos. Una parte de estas nodrizas pudieron ser indígenas.
En Hispania las nutrices ocupan un porcentaje respetable. Contamos con siete ejemplos, todos ellos de época imperial avanzada (siglos ii-m), momento en que se refortaleció la moda del cuidado del cuerpo de la mujer de alta clase social y era habitual dejar a los hijos en manos de las profesionales de la lactancia. Casi todas ellas proceden de centros urbanos: Fabia Tertulia de Barcino, Secundilla de Gades, Clovatia Irena de Mérida, Pontiena Novella, de Valera de Arriba (Cuenca), Briséis de Écija (Sevilla) y la menos segura Fabia Cellaria de Emérita. En Conimbriga apareció un epitafio de una mujer dedicada al oficio, pero cuyo nombre no se ha conservado. Esta cesión de las obligaciones maternas pudo ser una costumbre más urbana que rural. Aelia Lasciva, de 59 años de edad, era ama seca.
Lo normal es que en las casas de alto rango fueran las propias esclavas las encargadas de estas funciones, pero en otros hogares alquilaban los servicios de una mujer libre o de una esclava, a la que pagaban los emolumentos para las nutrices.
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